viernes, 22 de junio de 2012

-CONTEXTO Y ANÀLISIS DE LOS CLÀSICOS-


Contexto y análisis de los clásicos


Contexto histórico de surgimiento de la Sociología y de la producción de los clásicos

El hombre, a lo largo de su historia, ha reflexionado sobre su sociedad; sin embargo, el nombre de Sociología, junto con la mayoría de las disciplinas de carácter científico (de acuerdo a la conceptualización de ciencia moderna), surge a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
El surgimiento de esta nueva disciplina, en parte, fue una respuesta a los desafíos y problemas que presentó el proceso de transformación de la sociedad feudal, en tránsito hacia la sociedad moderna.
La revolución industrial y la revolución francesa -que habilita el ascenso de la burguesía al poder político- son dos grandes hitos del siglo XVIII que hicieron posible que el siglo XIX se inicie como la era de la razón, de los derechos humanos y del pensamiento científico y secular. Estos procesos actúan tanto como causa y efecto de transformaciones a nivel demográfico (fundamentalmente el éxodo del medio rural, aumento poblacional), urbanístico, en la producción, en el desarrollo tecnológico, en la organización y división del trabajo, en la estratificación social (surgimiento de nuevas clases), en los estilos de vida, las costumbres y las ideas, en el marco de un proceso de aceleración del cambio social. Todo esto genera una ampliación del ámbito de lo público, una proxemia que intensifica y complejiza los vínculos humanos, de tal forma que lo social se constituye en un objeto de reflexión susceptible de ser abordado desde una disciplina científica. 

Es mucho lo que puede analizarse sobre este  momento de profundas transformaciones y su impacto, en el surgimiento de la Sociología y en los autores que denominamos clásicos. Impactos que, aún hoy, siguen estando en debate a través de las ideas de postmodernidad, modernidad inacabada, o intensificación de lo moderno, entre otras.

Por este motivo y porque muchos científicos sociales, a través de una narrativa seductora e intensa, han escrito sobre ese mundo en transformación, es que se recurrirá a ellos con el objetivo de exponer, en toda su dimensión, los cambios en las emociones, las percepciones, contradicciones, paradojas, que vivieron y ‘sufrieron’ los hombres del siglo XIX y principios del siglo XX. El propósito de esta elección es lograr ‘revivir’, hasta donde la sensibilidad de cada uno lo permita, las emociones, desencantos, frenesí, apasionamiento que experimentaron los primeros modernos.

Dos, son las obras seleccionadas para tales fines: Itinerarios de la Modernidad[1]y Todo lo sólido se desvanece en el aire[2].



Las sociedades tradicionales


El mundo tradicional-feudal: “Es el mundo de Dios. El mundo según el plan de Dios. Es el mundo que nos explica el comienzo, lo adánico, el pecado, la caída (…) es la palabra de Dios la que explica lo que es el mundo, lo que es el acontecer, lo que es el hombre, lo que es la naturaleza, lo que son las cosas, sobre todo, lo que es el principio, el transcurso y el final de la vida. (…) pero por otro lado, era un mundo absolutamente serenado en el alma del hombre. Se sabían las causas, se sabía la culpa, se sabía que el mundo era apenas una circunstancia, un valle de lágrimas, pero sobre todo se sabía el final: la vida eterna.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 12 y 13)


Además, los viejos sistemas sociales de relación directa (la familia, el gremio, la religión, la aldea) perdieron su fuerza integradora. Esta disolución de las formas tradicionales de relación, junto con el nuevo orden económico, situaron a los hombres en una especie de ‘vacío’ social, perdiendo la seguridad que brindaba el orden estamental.

Este es el mundo que se resquebraja con la modernidad. No es un proceso simple, sino largo y con fracturas diversas, por lo que se verán las complejidades que encierra su comprensión.



La modernidad: tiempos de metamorfosis


Esta es una época de profundas transformaciones de las dimensiones temporal, espacial, de la relaciones de los hombres entre sí y con su entorno:

“Ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones. Es estar dominado por las inmensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar y, a menudo, de destruir las comunidades, los valores, las vidas, y sin embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos a tales fuerzas, de luchar para cambiar su mundo y hacerlo nuestro. Es ser, a la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas a que conducen tantas aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real aun cuando todo se desvanezca. Podríamos incluso decir que ser totalmente modernos es ser antimodernos: desde tiempos de Marx y Dostoieviski, hasta los nuestros ha sido imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo moderno sin aborrecer y luchar contra alguna de sus realidades mas palpables.” (Berman, M. [1988]: Prefacio)

“Ser modernos es encontrarnos en un entorno que promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, «todo lo sólido se desvanece en el aire»”. (Berman, M. [1988]: pp. 1)

“La vorágine de la vida moderna ha sido alimentada por muchas fuentes: los grandes descubrimientos en las ciencias físicas, que han cambiado nuestras imágenes del universo y nuestro lugar en él; la industrialización de la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología, crea nuevos entornos humanos y destruye los antiguos, acelera el ritmo general de la vida, genera nuevas formas de poder colectivo y de lucha de clases; las inmensas alteraciones demográficas, que han separado a millones de personas de su hábitat ancestral, lanzándolas a nuevas vidas a través de medio mundo; el crecimiento urbano, rápido y a menudo caótico; los sistemas de comunicación de masas, de desarrollo dinámico, que envuelven y unen a las sociedades y pueblos mas diversos; los Estados cada vez mas poderosos, estructurados y dirigidos burocráticamente, que se esfuerzan constantemente por ampliar sus poderes; los movimientos sociales masivos de personas y pueblos, que desafían a sus dirigentes políticos y económicos y se esfuerzan por conseguir cierto control sobre sus vidas; y finalmente, conduciendo y manteniendo a todas estas personas e instituciones un mercado capitalista mundial siempre en expansión y drásticamente fluctuante. En el siglo XX los procesos sociales que dan origen a esta vorágine, manteniéndola en un estado de perpetuo devenir, han recibido el  nombre de modernización.” (Berman, M. [1988]: pp. 1 y 2)

“Si avanzamos unos cien años y tratamos de identificar los ritmos y tonos distintivos de la modernidad del siglo XIX, lo primero que advertimos es el nuevo paisaje sumamente desarrollado, diferenciado y dinámico en el que tiene lugar la experiencia moderna. Es un paisaje de máquinas de vapor, fábricas automáticas, vías férreas, nuevas y vastas zonas industriales, de ciudades rebosantes que han crecido de la noche a la mañana, frecuentemente con consecuencias humanas pavorosas; de diarios, telegramas, telégrafos, teléfonos y otros medios de comunicación de masas que informan a una escala cada vez mas amplia; de Estados nacionales y acumulaciones multinacionales de capital cada vez mas fuertes: de movimientos de masas que luchan contra esta modernización desde arriba con sus propias formas de modernización desde abajo; de un mercado mundial siempre en expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento mas espectacular, capaz de un despilfarro y devastación espantosos, capaz de todo salvo de ofrecer solidez y estabilidad. Todos los grandes modernistas del siglo XIX atacan apasionadamente este entorno, tratando de destrozarlo o hacerlo añicos desde dentro, sin embargo, todos se encuentran muy cómodos en él, sensibles a sus posibilidades, afirmativos incluso en sus negaciones radicales, juguetones e irónicos incluso en sus momentos de mayor seriedad y profundidad.”  (Berman, M. [1988]: pp. 4 y 5)

Estos son tiempos donde la ciencia[3] reemplaza a dios. El conocimiento ya no tiene una dimensión trascendente, sino que es concebido como un producto humano.

“El positivismo va configurando qué es lo que se piensa acerca de la realidad. La realidad es aquello que está al alcance de los sentidos. Lo que no está al alcance de los sentidos no es objeto de ninguna consideración científica. El conocimiento simplemente describe la realidad en tanto conjunto de enunciados que se corresponden en forma unívoca con estados de cosas.”  (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 328)

“En lo que consiste realmente la ciencia es en las leyes por las que se rigen los fenómenos, es decir, los hechos, si bien son relativos, se rigen por leyes, y el científico tiene que decidir cuáles son esas leyes. Como esas leyes son constantes, dice Comte, se puede decir que la verdadera ciencia, lejos de estar formada por simples observaciones, tiende siempre a permitirnos una previsión racional, que es el carácter principal del espíritu positivo. La previsión.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 334)

“El positivismo postuló un solo método. Desde el punto de vista metodológico es monista. Asume que hay una sola manera de proceder con respecto a los hechos. Hay un ideal metodológico que es la física-matemática y hay un modo de describir los acontecimientos, que es la explicación causal. Hay que lograr que los casos individuales o singulares que refieren a los hechos se subsuman bajo las leyes generales hipotéticas de la naturaleza. No hay explicaciones finalistas. No valen las intenciones, ni los fines, ni los propósitos.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335)

Desde el propio pensamiento social, fundamentalmente del contexto de producción alemán, surgen las primeras críticas al positivismo, que se desarrollan como alternativas para conocer la realidad social.

“Se planteó una dualidad entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. En cierto modo se le dijo al espíritu positivo: ustedes ocúpense de las ciencias naturales, de la biología, de la física, de la química. Pero de los acontecimientos humanos, lo que refiere al espíritu humano, lo social, no puede entenderse en términos de explicaciones causales, sino que requiere otra actitud mental, que es la de la comprensión y ese fue el término empleado para ocuparse de los fines, las intenciones, los propósitos del sujeto, ya sea individual o colectivo. Ahí se produjo una dualidad, en discusión crítica con el positivismo, en el siglo XIX que sigue teniendo cierta vigencia. La distinción entre explicar y comprender.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335)

Cuando se hace mención a la dualidad explicación-comprensión se está haciendo referencia a la explicación positivista, susceptible de ser matematizada. Esto no implica que desde las corrientes comprensivistas se niegue el valor de la explicación, si no que:

“El conocimiento de lo humano, tanto social como individual se asemeja al de una persona, por lo cual no hay un punto de partida en términos de observables  que permitan generalizar leyes, sino que mas bien hay una relación circular entre lo que yo observo de él y la trama global que voy configurando, y que me permite describir a esa persona. No puedo entender un acto particular si no conozco la trama general que da cuenta de la historia de esa persona, puedo entender mejor cada hecho singular, y así se establece una relación circular absolutamente incompatible y divergente del espíritu positivo.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335-336)

Esta fue la reacción alemana, en el campo del pensamiento, al positivismo anglo-francés. Puede verse cómo, desde los inicios mismos de la construcción disciplinar, coexisten distintos marcos teóricos que fragmentan y dispersan la producción de la misma, este es un rasgo que caracteriza a la Sociología hasta la actualidad y, tal vez, pueda ser considerado un legado que ha impregnado a otras ciencias, incluidas las no sociales.



Los clásicos describen sus contextos históricos


La modernidad, en un movimiento incesante, ha removido todas las estructuras de las sociedades tradicionales e incluso las que ella misma ha creado. Este proceso también transforma las vidas interiores de los hombres que han vivido en ella, los atormenta y, al mismo tiempo, los insufla: de energía para la lucha, de imaginación creativa, de capacidad para la autorreflexión.
                                  
Es en este marco que los autores clásicos de la Sociología desarrollaron su obra, impregnados de este espíritu, contextos, emociones y pensamientos modernos[4].

Es así que Marx[5], logra hacer sentir esta convulsión social de la siguiente manera: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción y con ello todas las relaciones sociales. (…) Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista. En Obras Escogidas. Ed. Progreso, Moscú, pp. 114)

Esta visión del entorno moderno termina de completarse con, la que tal vez sea, la descripción mas paradigmática del mismo: “Todas las relaciones estancadas o enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven obligados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista, pp. 114).

El final de este párrafo resulta muy significativo porque relaciona las transformaciones de la modernidad con la necesidad que los hombres reflexionen sobre éstas, el nuevo lugar que ocuparán y las relaciones que los vincularán, anunciando, así, el inicio de las ciencias sociales modernas.

También Durkheim[6] se ve fuertemente impactado por este nuevo contexto, cargado de contradicciones, vacíos y fluctuaciones. Es por esto que sostiene: “El trabajo de máquina reemplaza al del hombre; el trabajo de manufactura, al pequeño taller. El obrero se halla regimentado, separado todo el día de su familia; vive siempre mas apartado de ésta que el empleado, etc. Esas nuevas condiciones de la vida industrial reclaman, naturalmente, una nueva organización; pero, como esas transformaciones se han llevado a efecto con una extrema rapidez, los intereses en conflicto no han tenido todavía el tiempo de equilibrarse.” (Durkheim, E. [2004]: La División del trabajo social. Ed. Libertador, Bs As, pp. 369 y 370)

El autor busca explicar las contradicciones de clase que pueden visualizarse en el nuevo ‘orden’ social y en el desarrollo de esta explicación no puede mas que reconocer la complejidad de las transformaciones que se están viviendo en las sociedades modernas: “Las relaciones del capital y el trabajo, hasta ahora han permanecido en el mismo estado de indeterminación jurídica. El contrato de arrendamiento de servicios ocupa en nuestros códigos un espacio bien pequeño, sobre todo cuando se piensa en la diversidad y en la complejidad de las relaciones que está llamado a regular. Por lo demás, no es necesario insistir en una laguna que todos los pueblos actualmente reconocen y se esfuerzan en rellenar.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 367). Durkheim percibe las convulsiones en que se encuentra su sociedad, percibe, asimismo, que las transformaciones  son complejas y se han producido con pasmosa rapidez, esto muestra, ni mas ni menos, a un hombre  en medio del derrumbe de las viejas tradiciones y la asunción de un nuevo ‘orden’ inacabado y las incertidumbres que lo acompañan.

Asimismo, Weber[7], también, es testigo de estos profundos cambios epocales: “…desde que el ascetismo abandonó las celdas monásticas para instalarse en la vida profesional y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que pudo a construir el grandioso cosmos de orden económico moderno que, vinculado a las condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos individuos nacen en él (no sólo de los que en él participan activamente), y de seguro lo seguirá determinando durante muchísimo tiempo más.” (Weber. M. [1985]: La Ética Protestante y el espíritu del capitalismo. Ed. Península, Barcelona, pp. 258). Se habla del ‘grandioso orden económico’ que se basa en una lógica mecánica y que determina de forma ‘irresistible’[8]  el modo de vida, no solo de los que se enriquecen con él, sino de los que no son beneficiarios del mismo, quiere decir que el proceso modernizador abarca a todos, esto no implica que beneficie a todos.

Los tres autores, como se verá mas adelante, son altamente críticos de la modernidad de su tiempo y, sin embargo, serán adoradores de ella. Aún Weber, quien, sin dudas, nunca generó una mirada ‘pastoral’ sobre la modernidad, a la que caracterizó como ‘estuche vacío’, no cierra, totalmente, su mirada a la superación de esta etapa convulsionada. En sus diferentes abordajes conceptuales de la racionalidad, se puede ver cómo considera, a la racionalidad instrumental del capitalismo, la mas ‘grandiosa’ y la que constituye la forma mas ‘eficiente’ de organizarse la sociedad moderna.

Pero los juegos inciertos, contradictorios, lábiles que se pueden encontrar en los tres autores, tienen que ver con este ‘ser modernos’.

Durkheim constata la falta de regulación y los problemas que estos cambios provocan, pero sostiene que la división social del trabajo, cuando alcance un marco regulativo, llevará a las sociedades a formas de integración nunca antes conocidas.

Ya se vio cómo Marx ensalza esta época, cómo se fascina ante ese poderío inacabable de cambio revolucionario que viene de la mano de la burguesía, y al mismo tiempo, planteará el agotamiento de su dominio de clase y la necesidad de su hundimiento: “Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. (…) El obrero moderno por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende mas y mas por debajo de las condiciones de vida de su propia clase.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista, pp. 121). El encantamiento con la sociedad  burguesa desaparece, pasando a ser presentada como la clase mas depredadora que ha existido, desde el momento que no puede garantizar la subsistencia de sus dominados.

Propio de la  modernidad es dejar preguntas, espacios vacíos, sin respuesta, porque el cambio es intenso, rápido y las incertidumbres no dejan de aparecer. En los clásicos, esto se ve con gran claridad, hay ‘agujeros negros’, vacíos conceptuales que serán materia de interpretación de las escuelas posteriores.

“Las representaciones de lo real se resquebrajan, perdían centros sustentadores para la mirada y la interpretación. Se pasaba de las claridades a las penumbras. Del tiempo de Las Luces al tiempo de Las Sombras. De lo catalogado a lo indiscernible. De lo definido en proyecto, a lo indefinido en lo real. Las ciencias, los sistemas, las explicaciones objetivas abundaban. Pero lo moderno, la sociedad, los conjuntos sociales, desdibujaban sus perfiles en relación a las hipótesis de armonía de la razón ilustrada. Contornos indecisos, experiencias irracionales, violencias inhumanas, resultaba el nuevo rostro todavía sin descripción. Mitos, atavismos, y creencias de vieja data difuminados entre el arrasador curso de la razón capitalista industrializadota.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 303)

A nada de esto estuvieron ajenos los autores tratados, por el contrario fueron protagonistas que vivieron las contradicciones, la incertidumbre, las ansias de transformación y la búsqueda de la integración de estas sociedades fragmentadas.
           
“El siglo XIX es “El tiempo del progreso y la utopía evolucionista. Piensen ustedes en Darwin, en el darwinismo social: el hombre avanza, se selecciona, mejora, algunos merecen ser los dominadores, son los dueños del futuro. Es también el tiempo de la expansión planetaria del capitalismo, de las naves de la Inglaterra victoriana surcando los mares con sus nuevas cuencas de vidrio. La época de la mercancía convirtiéndose en cultura; es decir, en exportadora de un modo de vida, de una trama política, de una concepción de la sociedad. Europa se expande, se universaliza, se hace planetaria en un sentido todavía mas intenso y profundo que la expansión del siglo XVI, es brutalmente homogeneizadora. El Estado capitalista entra en todos los intersticios del mundo, se convierte en la palabra orden, en el fundamento civilizatorio.[9] (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 347)

“Es también, como les decía, una época del miedo frente al cambio, frente a la revolución, frente a esas masas que amenazan cortar con lo tradicional. Miedo que lleva, por ejemplo, al nacimiento de las “ciencias del hombre”, preocupadas por disciplinar las conductas, por normativizar lo anómico (en esta época de crisis y transformación, de ruptura de los lazos tradicionales, surgen la psiquiatría, la sociología, la economía política, la criminología, etc.). Los hombres pensantes de la época, frente al cambio, frente a las conmociones geológicas de la cultura, tiempo donde todo se resquebraja, tratan de pensar un orden posible, de poner barreras, de organizar y controlar.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 347)

Es así que, la ‘cuestión social’ se convierte en foco de atención prioritario de todo el pensamiento social. El contexto social e ideológico en que surgió la Sociología fue propicio para el desarrollo de un saber aplicado. Esta sensibilización por el cambio social dio lugar a que la reflexión sociológica apareciera muy influida por una clara preocupación por los temas de la desintegración y reconstrucción del orden social.

Después de escuchar las ‘voces’ de los propios clásicos describiendo los contextos histórico-culturales donde produjeron y, de complementar esta descripción, significándola desde el presente, a través de la sensible narrativa de Berman, Casullo y Forster, se está en condiciones de iniciar el abordaje del análisis de sus planteos teórico-metodológicos y sus concepciones epistemológicas. Pudiendo buscar las correlaciones, parentescos, distancias, inconsistencias que presentan los mismos, con el contexto antes desarrollado y, a su vez, con los contextos académicos de cada autor en particular.









[1] Casullo, N. y Forster, R. (1999): Itinerarios de la Modernidad. Ed. Eudeba, Argentina.
[2] Berman, M. (1988): Todo lo sólido se desvanece en el aire. Ed. Siglo XXI, Madrid.
[3] La concepción de ciencia positivista es la dominante en estos tiempos (sin olvidar que co-existen otras posturas) y aún pervive en las prácticas científicas y en la enseñanza de la ciencia. Por lo que es necesario relativizar esta idea, con las nuevas variables que definen al conocimiento científico actualmente. Algo de esto se verá en el planteo de la Sociología como una ciencia dispersa.
[4] Es por esto que es imprescindible, para el desarrollo de su enseñabilidad, lograr transmitir al alumno, de la forma más vivencial y empática posible, el contexto de producción que incide en los aportes teórico-metodológicos de los mismos.
[5] Karl Marx nació en Tréveris (Alemania), en 1818 y murió en 1883.
[6] Èmile Durkheim nació en 1858 en Epinal, Francia, y murió en 1917.
[7] Max Weber nació en 1864 en Alemania y murió en 1920
[8] El afán de riqueza que, originariamente, si era producto del trabajo, indicaba un acercamiento a Dios, ahora ha perdido su sentido y los hombres sienten el deseo de poseerla de forma irresistible y mecánica.
[9] Resulta interesante plantearse la tarea de indagar, junto con los estudiantes y los docentes de Historia, sobre el siglo XIX en América Latina y, específicamente en Uruguay, para realizar un estudio comparado que permita ver el avance de esa cultura homogeneizadora, y a su vez, qué formas de resistencia locales se le enfrentaron si es que las hubo.

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