viernes, 6 de julio de 2012

Actividad III

Contesta este cuestionario según los materiales suministrados en el blog

viernes, 29 de junio de 2012

viernes, 22 de junio de 2012

La concepción de "cambio"

DURKHEIM- BREVE CONTEXTO TEÒRICO


Durkheim: breve contexto teórico



Este autor es un clásico del pensamiento sociológico, en tanto se interesó por problemas que en la actualidad continúan siendo objeto de  reflexión en las ciencias sociales, ya que su mirada de la realidad social sigue siendo fuente para nuevos desarrollos teóricos e investigaciones empíricas. Actualmente, la  Sociología continúa problematizando sobre fenómenos ya analizados desde sus inicios, dado que los cambios histórico-culturales de la realidad social, la variedad de puntos de vista y los trayectos teóricos de los investigadores, llevan a su reformulación y resignificación constante.

La importancia y trascendencia de este autor surgen de su intención de construir una ciencia de lo social y en este intento cumple con una tarea propia de la Sociología del Conocimiento: la de someter las operaciones de la práctica sociológica a la polémica de la razón epistemológica para definir e inculcar una actitud de ‘vigilancia’, tanto en relación al objeto de estudio, como a la ‘ruptura’ con el conocimiento común[1].

Durkheim sostiene que la Sociología, continuamente, debe interrogarse acerca de sus propias condiciones de posibilidad. Esto es algo que aparece, entre otros, como un legado para la Sociología Contemporánea, de tal forma que los distintos teóricos que abordan los problemas epistemológicos de la disciplina,  parten de esta misma premisa.

Con relación a su contexto teórico, a fines de la década del noventa del Siglo XIX, pocos intelectuales lograron plasmar su concepción en torno al objeto específico de la Sociología, y mucho menos existieron reflexiones y propuestas claras respecto a su método. Sin lugar a dudas, la influencia de corrientes de pensamiento ligadas a las Ciencias Naturales fue marcando el camino de generaciones de intelectuales, que se inclinaron a comprender a la realidad social por medio de analogías entre el cuerpo humano y la sociedad, en tanto ‘organismo’ social. Pero estos recursos resultaron poco exitosos para comprender la complejidad de los fenómenos sociales. Los trabajos de H. Spencer, A. Comte y G. Tarde tuvieron en cuenta la importancia del estudio de “lo social”, pero su contribución hacia una definición del objeto y método de la Sociología no lograron alcances significativos desde el punto de vista de la construcción de la disciplina como ciencia.

La falta de una definición específica del objeto y de un método que permitiera abordarlo, dio como resultado reduccionismos y determinismos ligados al sentido común y la imposibilidad de explicar los fenómenos sociológicos sin caer en especulaciones o en sesgos, producto de la extrapolación -sin vigilancia- de conceptos y enfoques de otras disciplinas[2].

Durkheim apunta a cuestionar los juicios espontáneos que con facilidad se ven potenciados por las ‘pasiones’ ideológicas, religiosas y políticas; haciendo referencia al evolucionismo de Spencer, a la concepción metafísica de la dinámica social de Comte y a la Sociología de la imitación de Tarde. Estas ‘pasiones’ impiden un control empírico y un desarrollo crítico y exhaustivo sobre los fenómenos a indagar. Estos enfoques ejemplifican de qué modo estas ideas especulativas, que ciertos intelectuales se forman sobre algunos fenómenos, sustituyen la explicación de los mismos.

Es así que, sostiene que Comte y Spencer se interesaron mas por filosofar. El primero, se preocupó por mostrar que el mundo social evolucionaba hacia la perfección  en vez de indagar la naturaleza cambiante de lo social y, el segundo, de dar por supuesta la armonía social en lugar de estudiar si realmente existía[3].

En este contexto, E. Durkheim en 1895 publica Las reglas del método sociológico como un intento de definición del método y objeto de la Sociología; a los efectos de evidenciar sus características en tanto ciencia experimental. Una ciencia en condiciones de dar cuenta sobre los fenómenos de la vida social, por medio de la indagación metódica de un objeto específico, que no es posible ser explicado a través de la reflexión introspectiva y, mucho menos, a través de la sumatoria de estados de la conciencia individual (en tanto procesos imitativos). Esta identificación de la especificidad y complejidad de lo social requirió de una reconstrucción teórico-metodológica, que permitiera hallar principios de explicación de orden científico. Todo esto muestra que el tratamiento de las explicaciones sobre la realidad social de autores, tales como Spencer y Comte, no son imprescindibles como medio para entender, posteriormente, el interés de  E. Durkheim en la institucionalización de la Sociología como ciencia. Resultan relevantes los planteos de dichos autores si se los aborda desde el cuestionamiento epistemológico que realiza el fundador de la Sociología.

Como se dijo, las profundas transformaciones del contexto histórico, son tratadas por el autor en diversas obras, tales como: La división social del trabajo, El suicidio, Las formas elementales de la vida religiosa. Estas, si bien ofician como testigos de las rupturas y debilidades del tejido social de su época; hoy en día adquieren relevancia, más que por su carácter explicativo, por evidenciar los principios epistemológicos y metodológicos del autor.












Análisis de EMILE DURKHEIM



“La sociología no es, pues, el anexo de otra ciencia, sino que es por sí misma una ciencia distinta y autónoma; y el sentimiento de lo que tiene de especial la realidad social es de tal manera necesario al sociólogo que sólo una especial cultura sociológica puede prepararlo para la inteligencia de los hechos sociales.
Consideramos que este progreso es el más importante de los que le quedan por hacer a la sociología. Sin duda, cuando una ciencia está en camino de surgir, se está obligado para formarla a referirse a los solos modelos que existen, es decir, a las ciencias ya formadas. Tenemos en ellas un tesoro de experiencias realizadas, que sería insensato no aprovechar. Sin embargo, solo puede considerarse una ciencia definitivamente constituida cuando ha llegado a darse una personalidad independiente. Pues una ciencia sólo tiene razón de existir cuando tiene por materia un orden de hechos que no estudian las demás ciencias. Y es imposible que las mismas nociones puedan convenir idénticamente a cosas de naturaleza distinta.” (Durkheim, E. [1997]: Las reglas del método sociológico. Ed. Akal, Madrid, pp. 148).



Relación sujeto-objeto investigador


Esta cita introduce al autor, permitiendo visualizar la complejidad de su análisis de la realidad y de las formas de abordarla. Así como, se expresa la creación, consolidación y proyección de una nueva disciplina con características propias, que debe su desarrollo a otras ciencias y a las que les dejará su legado. A partir de este autor el proceso es irreversible, aquí se sientan las bases para la construcción de una nueva forma de pensar el mundo social.

Durkheim busca construir un método específico para la Sociología. Esto implica la ruptura con el pensamiento filosófico, y con los conocimientos pseudo-sociológicos precedentes (con residuos metafísicos y contenidos devenidos de una ‘sociología espontánea’): “Nuestra regla no implica, pues, ninguna concepción metafísica, ninguna especulación sobre el fondo de los seres.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 22). Es así que, se detiene en precisar y delimitar el objeto de estudio de esta disciplina, distinguiendo tanto al objeto como al método, fundamentalmente, de las Ciencias Naturales y de la Psicología.

Es necesario detenerse en la relación que establece el propio autor entre las Ciencias Naturales y la Sociología, evitando interpretar erróneamente la asociación de los métodos de ambos tipos de conocimiento. Durkheim plantea la exigencia que: “…el sociólogo ponga su espíritu al  nivel del del físico, del químico, del fisiólogo, cuando se aventuran en una región, todavía inexplorada, de su dominio científico. Es preciso que al penetrar en el mundo social se haga cargo de que penetra en lo desconocido…” (Durkheim, E. [1997]: pp. 22). Este ‘elevar el espíritu’ como en las Ciencias Naturales, no implica el uso del método de  éstas para el estudio de la realidad social. El error puede devenir, entre otras cosas, de la lectura que se realiza de la Regla Fundamental que sostiene que los ‘hechos sociales deben ser tratados como cosas’. ‘Elevar el espíritu’ supone el desarrollo de una actitud, postura y disposición científica frente al conocimiento de la realidad, como en cualquier otra ciencia, que se orienta hacia el objeto, tratándolos como verdaderas incógnitas y de forma objetiva. Para abordar este problema teórico-metodológico, es necesario trabajar las particularidades del objeto de análisis, del sujeto cognoscente y su relación.

Las particularidades del objeto de conocimiento y las implicancias del investigador social con relación al mismo (sesgos: subjetividad, ideologías, entre otros), difieren de otras ciencias; por lo que, para el autor, es imprescindible realizar la distinción clara del método y del objeto sociológico: “Pues una ciencia solo tiene razón de existir cuando tiene por materia un orden de hechos que no estudian las demás ciencias. Y es imposible que las mismas nociones puedan convenir idénticamente a cosas de naturaleza distinta.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 148). Se trata de un autor construyendo una ciencia nueva, que se centra en la delimitación y diferenciación de su objeto y, por esto mismo, recalca que el método aparece como provisional; pudiéndose mejorar, perfeccionar y precisar en el desarrollo de esta ciencia: “…el método solo puede ser provisional, pues los métodos cambian a medida que la ciencia avanza.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 19). No se lo puede presentar, entonces, como un método único y acabado.

La familiaridad del investigador con el objeto de análisis, la especificidad de ser un objeto capaz de tener representaciones sobre sí mismo, entre otras, requiere de una actitud científica en busca de objetividad. Esto es posible en tanto el conocimiento esté mediado por un método científico para controlar y vigilar el irremediable involucramiento del investigador con el objeto de estudio, por su simultánea condición de sujeto y objeto de conocimiento.

La objetividad se garantiza, entonces, con un riguroso uso metodológico a través de pautas de procedimiento, expresadas en reglas, que guían la postura del científico en su práctica cognitiva. Pero todo esto es posible en tanto el objeto social tiene para Durkheim determinadas características, que lo hacen factible de ser estudiado de forma objetiva.

Este objeto social tiene una ‘naturaleza propia’, distinta a la de otros objetos científicos, dependiente de causas sociales que lo explican y lo determinan. Se trata de un mundo fáctico susceptible de ser conocido por una ciencia específica: “…esta síntesis «sui géneris», que constituye toda sociedad, produce fenómenos nuevos, diferentes de los que se engendran en las conciencias individuales, [entonces] hay que admitir que estos hechos específicos residen en la misma sociedad que los produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 24).

Se entiende necesario destacar la relación que Durkheim establece entre ‘todo-parte’, tanto por la centralidad que tiene en la concepción del autor como por su uso simplificado, donde se tiende a poner el énfasis en un solo término de la relación. La utilización de esta relación le permite al autor marcar la separación de los fenómenos sociales de los psico-orgánicos, así como manifestar una determinada concepción de organización social.

Es imprescindible analizar qué entiende el autor cuando establece que el ‘todo es independiente de las manifestaciones individuales’. Con ello, busca demostrar que lo social depende de causas, medios, condiciones y genera efectos, diferentes a lo individual por sí mismo.  Trabajar esta idea como una afirmación absoluta sería desconocer las relativizaciones que el propio autor señala, cayendo -de esta manera- en un absurdo. Lo sostenido por el autor es que las propiedades del ‘todo’ no se encuentran  totalmente en las partes -tomadas en su individualidad-; sin embargo, es claro que éstas lo expresan y son sus hacedoras. Es decir, en los individuos está el todo, no en su completitud y, a su vez, sin individuos no existe lo social. Asimismo, sostiene que el campo de estudio de las representaciones, tanto colectivas como individuales, no ha alcanzado un desarrollo suficiente que permita establecer la vinculación entre estos dos niveles representacionales.

El objeto social, por su capacidad de objetivarse, de ser constante y de fijarse en formas regulares y capaces de ser observadas, descriptas, clasificadas y explicadas exteriormente, se ofrece a un conocimiento objetivo, mediante algunos ‘artificios de método’ (procedimientos y técnicas para distinguir, relevar y explicar el objeto).

Ahora bien, no todo lo que forma parte de la realidad social o fenómenos sociales, puede ser objeto de la Sociología, si no una parte de esta. Delimitar el objeto de una nueva disciplina es una tarea que Durkheim debió emprender, para poder especificar el espectro de fenómenos que ingresan en su análisis. La delimitación del objeto social requiere de una definición operativa (aunque con carácter provisional también), que realce los aspectos más sobresalientes y característicos del sector de la realidad que pretende abordar.

Los signos con los que identifica y delimita la definición del objeto, deben servir como marco de referencia compartido para aquellos que emprendan un abordaje desde esta nueva disciplina social; garantizando la existencia de ‘puntos de mira’ que actúen como  forma de reconocimiento del objeto, de la manera más precisa y clara posible. Esos ‘signos exteriores’ para identificar el objeto específico de la Sociología, refieren a caracteres propios del objeto[4]. Es así, que los ‘hechos sociales’ pasan a ser este nuevo objeto, definidos con suficiente precisión, como para evitar conceptualizaciones amplísimas y ambiguas, o demasiado acotadas y reducidas.

Claro está, que la objetividad no se garantiza únicamente con una definición que sirva como referencia para los sociólogos y que recoja los caracteres más superficiales y exteriores de este objeto, si no que es preciso construir pautas para controlar el acercamiento, el relevamiento de evidencias, la clasificación y explicación del mismo.

En esta etapa inicial y fundante de la Sociología como ciencia, este autor va a intentar oponer la ‘objetividad’ a cualquier forma de expresión de ‘subjetividad’, tanto del científico como de los actores sociales estudiados. Este proceso de distinción es necesario para poder controlar los sesgos subjetivos (producto de representaciones e involucramiento en lo social), así como controlar la ‘ilusión de la transparencia’ del mundo social. Se trata de la ilusión de la existencia de un mundo evidente, accesible por la simple reflexión o identificación de evidencias prácticas: “Estas nociones [cotidianas] son, por el contrario, algo así como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, y nos las disfrazan cuando nos las figuramos como transparentes.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 46). La función, entonces, del establecimiento de reglas metódicas, específicas para el conocimiento sociológico, es la de interponer o mediar mecanismos o procedimientos que le permitan diferenciarse del conocimiento cotidiano y del conocimiento ‘pretendidamente sociológico’ (‘sociología espontánea’[5]) acerca de la realidad social, puesto que: “…si la poseyéramos sin esfuerzo, el estudio de la realidad presente no tendría para nosotros ningún interés práctico, y como es precisamente este interés lo que justifica dicho estudio, éste se encontraría para lo sucesivo sin objeto.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 46).

Esta distinción entre el conocimiento sociológico y de ‘sentido común’, como se verá más adelante, no implica el desconocimiento  de cierto valor de este último en el proceso de delimitación y caracterización del objeto de estudio. La distinción es necesaria, en tanto justifica, entre otros, la necesidad de un conocimiento preciso, racional y objetivo de lo social. Cabe la misma reflexión para la necesidad de establecer la ruptura con los conocimientos pseudos-sociológicos.

Este planteo se desarrolla a través de la fundamentación de las diversas reglas de procedimiento para estudiar los hechos sociales. Para comprender su propuesta teórico-metodológica, se entiende suficiente el abordaje de la ‘regla fundamental’ y  de las  ‘reglas relativas a la observación de los hechos sociales’[6].



La regla fundamental


“…los hechos sociales deben ser tratados como cosas…” (Durkheim, E. [1997]: pp. 20).

Trabajar esta regla presenta complejidades que son necesarias de desglosar analíticamente a los efectos de superar algunos obstáculos para su comprensión. Para esto, se propone el siguiente desglose y articulación conceptual: ‘hechos sociales’, ‘tratados como’ y ‘cosas’.

En primer lugar, Durkheim entiende los hechos sociales como las maneras de actuar, pensar y sentir, exteriores y coercitivas. Ninguno de los componentes que aparecen en esta conceptualización es arbitrario. Se trata de ‘maneras’, pues lo que intenta es rescatar el carácter socio-cultural de las acciones, los pensamientos y sentimientos; en oposición al abordaje psico-biológico. No es arbitrario, tampoco, que especifique que se trata de formas de: actuar, pensar y sentir. ‘Actuar’ en el entendido de práctica, o conducta exteriorizada; ‘pensar’ como representación, conocimiento; ‘sentir’ como sentimientos, emociones, afectos. Si bien la distinción es necesaria para considerar y abarcar todos los fenómenos que pueden ser sociales, no implica que el autor desconozca los vínculos entre ellas, resultando ésta solo una separación analítica. En el aula a la hora de ejemplificar es necesario elaborar situaciones que tendrán un énfasis mayor en la distinción analítica y, asimismo, otras que muestren su inevitable vinculación empírica.

Con relación a las características, éstas sirven como ‘signos’ para identificar al objeto allí donde se exprese. Ambas aparecen íntimamente relacionadas, de tal forma que, lo ‘externo’ es característico del hecho social y, a su vez,  es indicador de coercitividad, y lo ‘coercitivo’ permite la identificación de los hechos sociales y, a su vez, actúa como  indicador de exterioridad.

En cuanto a la exterioridad, esta se explica aludiendo a que los hechos sociales existen independientemente que el individuo los desee o rechace, adhiera a ellos o no, los acepte o no; esto no supone negar que el individuo sea un contenedor  de lo social. Que se trate de una forma independiente a la ‘voluntad individual’, no supone que lo social pueda tener una existencia separada de los sujetos que la producen y la reproducen, puesto que de otra manera no existiría sociedad. Estos hechos se le presentan como ya dados, transmitidos de generación en generación, por tanto, preexistentes.

Con relación a la característica de coercitividad, se hace referencia al carácter impositivo de los hechos sociales, de tal forma que estos ofician como orientadores de la acción, tanto estimulándola como limitándola. Este carácter se hace perceptible, fundamentalmente cuando el individuo  contraviene las pautas sociales, estatuidas o no. Cuando esto último ocurre, se manifiesta una sanción de orden social que se presenta como un ‘signo’ del carácter coercitivo. En la mayoría de los casos, cuando los sujetos adhieren a las pautas sociales, este carácter coercitivo no se lo puede observar de manera directa, por lo que el sociólogo debe realizar una búsqueda metódica de elementos que muestren esa coercitividad y, de no encontrarlos, debe recurrir a otros indicadores.

Es así que, en La división del Trabajo Social queda plasmada la idea antes referida, desde el momento que en el objeto de estudio no se manifiesta directamente el carácter coercitivo. La ‘solidaridad social’ se presenta como fenómeno interiorizado y subjetivo; por lo tanto, para poder estudiarla objetivamente, es necesario recurrir al estudio de las sanciones (rasgo explícito de la coerción) que devienen de su contravención: “…la solidaridad social es un fenómeno completamente moral que por sí mismo, no se presta a la observación exacta ni, sobre todo, al cálculo. Para proceder tanto a esta clasificación como a esta comparación, es preciso, pues, sustituir el hecho interno que se nos escapa, con un hecho externo que le simbolice, y estudiar el primero a través del segundo.” (Durkheim, E. [2004], pp. 67). El hecho externo al que recurre es el Derecho y, específicamente, selecciona la sanción como indicador de la existencia de solidaridad y de distintos tipo de la misma, pues “…todo precepto jurídico puede definirse como una regla de conducta sancionada”. (Durkheim, E. [2004]: pp. 72)

Ambas características se interrelacionan de tal forma que en la solidaridad social no puede percibirse directamente su exterioridad y tampoco su coercitividad, de ahí que el estudio de la sanción será lo que permita concebir a este fenómeno, la solidaridad, como un hecho social.

Asimismo, Durkheim incorpora también como hechos sociales, fenómenos que no son transmitidos de generación en generación, y en los que el individuo forma parte de su construcción. La inclusión de otros hechos no preexistentes al individuo se sustenta en tanto estos posean las mismas características que todo hecho social (exterioridad y coercitividad), sin que necesariamente se encuentren ‘fijados’ (institucionalizados) como  comportamientos sociales. Las ‘corrientes sociales’ serían un ejemplo de esto, en la medida que se presentan como exteriores y, además, se le imponen al individuo, sin ser comportamientos que presenten regularidad o estén institucionalizados como pautas sociales.

Como se vio, en cuanto a las dificultades de la identificación directa de la exterioridad y coercitividad de algunos hechos sociales, Durkheim complejiza su definición, para salvar esta dificultad;  sustituyendo aquellas características por otras de más fácil visualización, como son: la generalidad y la independencia de las manifestaciones individuales. Sin olvidar, que esta sustitución refiere, igualmente, a la misma conceptualización, pues la ‘generalidad’ (difusión, regularidad, frecuencia) y la ‘independencia de las manifestaciones individuales’ (objetividad) refieren a la misma idea de ‘exterioridad’ y ‘coerción’: “Nuestra definición comprenderá todo lo definido, si decimos: «hecho social es toda manera de hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción exterior»; o bien; «que es general en el conjunto de una sociedad, conservando una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales».” (Durkheim, E. [1997]: pp. 44). El sentido de ambas definiciones es el mismo, lo que varía es la selección metodológica que se realiza, en función de la presencia o ausencia de determinados ‘signos exteriores’ en el objeto a ser estudiado.

Si bien la generalidad no es una característica que por sí misma pueda identificar un hecho social, es válida su utilización por ser un efecto que deviene del carácter coercitivo de los hechos sociales: “La generalidad, combinada con la objetividad, pueden ser mas fáciles de establecer. De otra parte, esta segunda definición no es mas que la primera en una forma distinta; pues si una manera de obrar, que tiene vida fuera de las conciencias individuales, se generaliza, solo puede hacerlo imponiéndose.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 42). Como puede verse, la generalidad es una condición necesaria, pero no suficiente para reconocer un hecho social pues no todo lo general es social, pero sí lo social es siempre general.

Por lo tanto, la característica de generalidad debe estar vinculada a la característica de independencia de las manifestaciones individuales, para distinguir aquellas acciones, pensamientos y sentimientos dependientes de causas estrictamente psicológicas y/o biológicas (como comer, sentir, conocer),  de las sociales que implican el cómo se concretan culturalmente las mismas.

Por otra parte, aseverar que los hechos sociales ‘deben ser tratados como’ cosas, implica la construcción de una pauta que orienta cómo han de vincularse el sujeto cognoscente (investigador) y el objeto de conocimiento. Es a esto a lo que se hacía referencia anteriormente, con relación a ‘elevar el espíritu’ como  en otras ciencias y cuando se planteó que estos fenómenos deben poderse observar, describir, clasificar y explicar exterior y objetivamente. No se sostiene, por tanto, que los hechos sociales sean ‘cosas’, sino que deben ser abordados como si lo fueran.

Por tanto, es necesario desarrollar el concepto de ‘cosa’ que maneja el autor. Es así, que ‘cosa’ es “…todo lo que es dado, todo lo que se ofrece, o mejor, lo que se impone a la observación. Tratar los fenómenos como cosas, es tratarlos como «datos» que constituyen  el punto de partida de la ciencia.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 55). Dato es, entonces, la forma en que se manifiesta exteriormente, al observador, el objeto de estudio. Hay que tener presente que Durkheim parte de la noción que el ‘dato’ no es un constructo, sino que es parte intrínseca del objeto. Esta concepción no permite visualizar las implicancias del investigador sobre el objeto a ser estudiado y, por tanto, no pone en cuestión la  imposibilidad del desarrollo de un conocimiento neutral y totalmente objetivo.

Cuando el autor afirma que ‘cosa’ es todo lo que se opone a la ‘idea’, no excluye que ésta no pueda ser una representación colectiva. Se trata de oponerla a la concepción de ‘idea’ como aquello que se ‘conoce interiormente’; es decir, lo subjetivo, lo íntimo, lo que emerge de la introspección. Por tanto, las representaciones colectivas son susceptibles de ser tratadas como cosas, igual que cualquier hecho social. Se las tratará como  verdaderas incógnitas, de forma que se produzca la ruptura con las ideas y conocimientos que el investigador ya tiene del objeto.

Profundizando sobre las formas de identificación de la “cosa”  el autor plantea que: “…se reconoce principalmente una cosa, por el hecho de no poderse modificar por un acto de la voluntad.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 56)  No se sostiene que “la cosa” no pueda ser transformada, si no que sus cambios o modificaciones no dependen le las voluntades individuales, es decir que son, necesariamente, colectivos (los cambios a los que se hace referencia, son, en sí mismos, hechos sociales).





Corolarios


Los corolarios (reglas relativas a la observación de los hechos sociales) se desarrollan a partir de la regla precedente, que el autor entiende como la base de todo el método. Con ellos se busca sistematizar los pasos necesarios para la aprehensión del objeto de investigación[7]. Un paso imprescindible es la ruptura con el conocimiento cotidiano, puesto que: “…la reflexión es anterior a la ciencia, que no hace sino servirse de ella como un método mejor.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 45)

Los sujetos en la vida cotidiana, necesitan orientarse en ella a través de un conocimiento práctico, que les permite adaptarse y desarrollarse en la misma. Por este carácter eminentemente práctico (útil y muchas veces cargado de una ascendencia y autoridad afectiva, tradicional, ideológica, entre otras), los sujetos generalmente no cuestionan las reflexiones, ideas, conceptos que tienen construidos desde el ‘sentido común’. Al ser un conocimiento no cuestionado, puede generarse la ilusión que las ideas que tienen los sujetos de la  realidad se corresponden con la realidad misma: “estas nociones, conceptos o como se las quiera llamar, no son los sustitutos legítimos de las cosas” (Durkheim, E. [1997]: pp. 45). Es desde el reconocimiento de este ‘sentido común’ y estas reflexiones previas a la ciencia, de sus características, sus funciones  y efectos, que es posible plantearse una forma de conocimiento que permita abordar el objeto de estudio de forma racional y objetiva.

Para facilitar el análisis, se abordarán los corolarios a través de la secuencia planteada por el autor:

“«Es preciso evitar sistemáticamente todas las prenociones»” (Durkheim, E. [1997]: pp.58)

Este corolario se analizará a partir de las dos ideas centrales que permiten su interpretación: ‘todas las prenociones’ y ‘evitar sistemáticamente’.

La búsqueda de evitar ‘todas las prenociones’ cobra, en la propuesta metodológica durkheimniana, una dimensión radicalizada: “Es preciso, pues, que el sociólogo (…) se prohíba resueltamente el empleo de todos aquellos conceptos que se han formado con independencia de la ciencia y para necesidades que no tienen nada de científicas. Es necesario que se libere de todas aquellas falsas evidencias que dominan el espíritu vulgar, que sacuda, de una vez para siempre, el yugo de estas categorías empíricas que un largo empleo acaba por convertir en tiránicas.”  (Durkheim, E. [1997]: pp. 58) Este énfasis surge de la necesidad de diferenciarse del dominio de abordajes ‘pseudo-sociológicos’ (discutiendo con Spencer, Comte y Tarde), producto de las concepciones académicas hegemónicas (en el contexto del autor) y que caracterizaron el surgimiento de la Sociología como ciencia.

Habiendo explicitado este discurso radicalizado, es imprescindible tener en cuenta que Durkheim no concibe ninguna de sus afirmaciones metodológicas con tal contundencia, sino que presenta relativizaciones; demostrando -como se dijo anteriormente- que no tiene una postura metodológica absoluta: “…aquellos conceptos que reconozcan otros orígenes [ideológicos] deben rechazarse, por lo menos provisionalmente. (…) Y si algunas veces la necesidad le obliga a recurrir a ellas [prenociones], que se percate, por lo menos, de su escaso valor, a fin de que no desempeñen en la doctrina un papel que son indignas de representar.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 58). Asimismo, también señala la utilidad de los conceptos del sentido común para el análisis sociológico: “No significa esto que el concepto vulgar sea inútil para el sabio; tal concepto sirve de indicador. Mediante él sabemos que existe un conjunto de fenómenos reunidos bajo un mismo nombre, y que por consiguiente, deben tener, sin duda, algunos caracteres comunes; además, como habrá tenido cierto contacto con los fenómenos, nos indica a veces, aunque «groso modo», en qué dirección deben investigarse.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 62).

La idea de ‘evitar sistemáticamente’ implica poner en cuestión, problematizar, dudar de las  conceptualizaciones que se tienen sobre el objeto, de forma metódica. Evitar no es sinónimo de prescindir en forma absoluta de conceptos emanados del sentido común. El propio Durkheim hace uso de las nociones del sentido común en El Suicidio para elaborar una definición sociológica del mismo (como se verá en el desarrollo del segundo corolario).

Para Durkheim existe una clara dificultad en la identificación y control de posibles sesgos asociados a concepciones y experiencias previas con el objeto de investigación. El fuerte arraigo afectivo, el apasionamiento por ideas políticas, religiosas, creencias morales -entre otras- hacen que el sociólogo deba realizar ‘esfuerzos’ conscientes para no dejar permear estos condicionamientos sociales o subjetivos, en su práctica cognitiva.

Esto se vincula, a su vez, con la idea que, en el estadio de desarrollo ‘actual’ (la de su tiempo) de la disciplina  no es posible partir desde la teoría, si no que se la entiende como el resultado de un proceso de estudio inductivo. Pero entiende, asimismo, que en cuanto esta ciencia logre encontrar leyes explicativas, entonces, podrían ser factibles procesos deductivos para el estudio de la realidad social. Mientras tanto, evitar toda ‘idea’ o teoría previa sobre el mundo social, es un prerrequisito para el desarrollo disciplinar: “La teoría, por tanto, sólo podría aparecer cuando la ciencia estuviera bastante adelantada; en lugar de esto, se la encuentra desde los primeros momentos.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 53).

Por tanto, es preciso poner en cuestión -como presupuesto científico- toda forma de pensamiento y sentimiento sobre lo social, que se haya formado sin rigor y no esté sujeto a control epistemológico: “Los sentimientos que tienen por objetos las cosas sociales no tienen mayor privilegio sobre los demás, pues su origen es el mismo. En sí mismos, estos sentimientos se han formado también históricamente, son un producto de la experiencia confusa e inorganizada.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 59). Desde el pensamiento asistemático y pragmático, es posible encontrar evidencias de los sentimientos, ideas o teorías que los sujetos se hacen de lo social; sin embargo, no por ello son ‘verdaderas’ en términos científicos. Este problema lo encuentra precisamente Durkheim en Comte y Spencer, señalando la falta de rigor en el control de sus propias ideas sobre la sociedad y sustituyéndolas por la realidad misma. Claro está, esto no implica desvalorizar el abordaje empírico, sino que éste debe realizarse bajo criterios claros, precisos y metódicos.

Una de las formas de controlar este sesgo epistemológico es pararse frente a los objetos de investigación, intentando encontrar vínculos entre variables o fenómenos, no perceptibles de forma inmediata; o por el contrario, separar lo que ‘aparentemente’ está unido o relacionado. Es por esto que, en El Suicidio, Durkheim plantea: “Si nos dejamos guiar por la acepción común, corremos el riesgo de distinguir lo que debe ser confundido o de confundir lo que debe distinguirse, de desconocer la verdadera relación de proximidad de las cosas y de equivocarnos sobre su naturaleza.” (Durkheim, E. [1928]: El suicidio. En Ed. Fondo de Cultura Universitaria, Montevideo, Ficha 137, pp. 3)

Para ello, una de las técnicas más precisas es el uso de la estadística, capaz de relacionar variables no identificadas a simple vista. En El Suicidio, precisamente, demuestra la relación entre otros fenómenos sociales (como crisis económicas, políticas y sociales) con el suicidio, que ‘aparentemente’ obedecía a conductas exclusivamente individuales. La estadística tiene, por tanto, la capacidad de eliminar las variaciones y motivaciones individuales de un fenómeno, evidenciando lo que hay de común y/o realzando aquellas variaciones colectivas frente a causas de origen social.

Ahora bien, la ciencia debe proceder a la identificación y análisis de los objetos de investigación mediante conceptos; por tanto, de lo que se trata es de sustituir un uso conceptual impreciso por otro preciso y capaz de oficiar como una referencia clara para el sociólogo. A esto hace referencia el segundo corolario.

“«Solo se ha de tomar, como objeto de investigación, un grupo de fenómenos anteriormente definidos por ciertos caracteres exteriores que le son comunes y comprender en la misma investigación a cuantos respondan a esta definición»” (Durkheim, E. [1997]: pp. 61)

Proceder mediante conceptos y definiciones científicas implica la delimitación y la identificación del objeto de estudio. Estos procesos sirven tanto para reconocer al objeto de estudio, como para diferenciarlo de otros fenómenos o efectos sociales. Por tanto, en la definición misma deberán aparecer los ‘signos’ o ‘caracteres exteriores’ para reconocer el objeto de manera clara y precisa, y establecer qué queda dentro o fuera de la investigación (en las etapas de observación,  descripción, comparación, clasificación, comprobación y explicación).

Como ya se dijo, este proceso de construcción de la definición, es posible en tanto los hechos sociales tienen características específicas y reconocibles. Las características de cristalización, regularidad y fijación de los mismos, permiten al sociólogo establecer los rasgos más visibles y objetivados de los objetos de investigación: “…ya que por esta definición inicial se ha de constituir el objeto mismo de la ciencia, éste será o no una cosa según la manera de confeccionarla.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 60)

El autor incluye las corrientes sociales como objeto de estudio de la Sociología, aunque estas no parecen cumplir con los rasgos mencionados anteriormente (regularidad, fijación, cristalización), porque, como ya se dijo, en el momento de analizar la definición de hecho social, lo que tienen en común son las características de coercitividad y exterioridad: “Sin embargo, como los ejemplos que acabamos de citar (normas jurídicas, morales, dogmas religiosos, sistemas financieros, etc.), consisten todos en creencias y en prácticas constituidas, de lo que antecede podría deducirse que el hecho social ha de ir acompañado forzosamente de una organización definida. Pero existen otros hechos que, sin presentar estas formas cristalizadas, tienen la misma objetividad y el mismo ascendiente sobre el individuo. Nos referimos a lo que se ha llamado corrientes sociales.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 37).  Es por esto, que en la definición de hechos sociales se destaca que los mismos pueden estar ‘fijados o no’, ‘institucionalizados o no’.

Esto permite a su vez, el control epistemólógico del investigador, en tanto hace posible  descartar e incorporar -en todo el proceso- todo lo que debería incluirse o no en la investigación de un hecho social específico. A su vez, permite identificar otros hechos sociales que puedan tener ciertos rasgos compartidos con el estudiado o puedan estar vinculados al mismo y que ameriten su análisis, en posteriores investigaciones. Así por ejemplo en El Suicidio se sostiene que existen comportamientos sociales con características y efectos semejantes al suicidio, no estando comprendidos en la definición que el autor construye sobre el mismo, por no poseer todos los caracteres incluidos en esta: “Matizadla con algunas dudas [a la definición] y tendréis un hecho nuevo que ya no es el suicidio, pero que tiene con él relaciones de parentesco, puesto que solo lo separan de aquel diferencias de grado (…) Constituyen todos estos hechos [por ejemplo: ‘un hombre que concientemente se expone por otro sin que tenga la certeza de un desenlace mortal’ o ‘el imprudente que juega con la muerte tratando de evitarla’]  especies embrionarias de suicidio, y aunque no es de buen método confundirlas con el suicidio  llegado a su completo desarrollo, no se debe perder de vista las relaciones de parentesco que con él sostiene.” (Durkhiem, E. [1928]: pp. 7)

Asimismo, permite el control epistemológico de otros investigadores, en tanto el realce de ciertos caracteres -que ofician como ‘puntos de mira’ compartidos-, habilitan la identificación de posibles errores en el proceso de relevamiento y comparación de datos: “El signo que los cataloga en tal o cual categoría puede señalarse a todo el mundo, ser reconocidos por todos, las afirmaciones de un observador pueden ser controladas por los demás.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 61).

Establecer la definición de los fenómenos sociales a los que  refiere una investigación puntual, no supone -para el autor- explicar el objeto de investigación. Es decir, sin una definición clara no sería posible emprender posteriormente la búsqueda de explicaciones causales del objeto seleccionado: “Su única función es ponernos en contacto con las cosas, y como éstas sólo pueden ser alcanzadas por el espíritu exteriormente, por esto las expresa por lo que muestran en la superficie. La definición, pues, no las explica: proporciona solamente un punto de apoyo necesario a nuestras explicaciones.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 66). Por tanto, esta idea concuerda con la concepción del autor acerca que el investigador no puede partir de ideas o teorías previas acerca del objeto de estudio. Como tampoco, en la captación sensible de los rasgos más externos del objeto, se debe dejar permear ningún tipo de subjetividad. Esto último lleva directamente al tratamiento del tercer corolario.

“«Cuando el sociólogo emprenda la tarea de explorar un orden cualquiera de hechos sociales, debe esforzarse en considerarlos por el lado en que se presentan aislados de sus manifestaciones individuales»” (Durkheim, E. [1997]: pp. 68)

Se entiende que para el análisis de este corolario debe ponerse el énfasis en los conceptos de ‘aislados de sus manifestaciones individuales’ y de ‘esfuerzo’ del investigador, en ese orden.

‘Aislados de sus manifestaciones individuales’ significa que los hechos sociales deben ser tratados objetivamente, separándolos de toda forma de subjetividad. Como se planteó, la captación sensible (captación por medio de los sentidos) encierra riesgos asociados al ingreso de percepciones individuales y subjetivas sobre el objeto de investigación. Estos riesgos devienen de las diferentes experiencias y cargas de significado que posee el investigador en relación al objeto de estudio y que pueden ser transferidas al mismo, ‘velando’ su ‘naturaleza’.

Ahora bien, la ciencia no puede partir de otro lugar que no sea la captación sensible o sensación del objeto. Por tanto, es imprescindible que el investigador deba ‘esforzarse’ en controlar este proceso de manera objetiva y metódica: “Una sensación es tanto mas objetiva en cuanto tiene mayor fijeza el objeto al cual hace referencia, pues la condición de toda objetividad es la existencia de un punto de mira, constante e idéntico, al cual la representación pueda ser referida y que permite eliminar cuanto tiene de variable, y, por tanto, de subjetivo.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 67). Esto tiene que ver con el control del investigador en cuestión y de otros investigadores sobre las sensaciones en relación al objeto. La objetividad se vincula a los grados de fijeza del objeto (rasgo característico de las instituciones sociales), es decir, a su carácter constante y regular. Es así que, los investigadores podrán controlar sus representaciones del objeto y eliminar la variabilidad que deviene de la percepción subjetiva.

Asimismo, el  control sobre el ingreso de las subjetividades no involucra solo a la de los investigadores, si no que incluye la de los sujetos sociales a ser estudiados. Esto se puede visualizar claramente en las opciones metodológicas expresadas en las propias reglas de la observación: “Si se trata de distinguir y clasificar los diferentes tipos familiares según las descripciones literarias que nos dan los viajeros, y algunas veces los historiadores, nos expondremos a confundir las especies mas diferentes, a aproximar los tipos mas alejados. Por el contrario, si se toma como base de esta clasificación la constitución jurídica de la familia, y mas especialmente, el derecho de sucesión, se tendrá un criterio objetivo que, sin ser infalible, evitará, sin embargo, muchos errores.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 68-69) Es decir, que para el estudio de la familia, partir de las percepciones y sensaciones de los sujetos sociales -y de producciones pretendidamente científicas-  supone caer en errores metodológicos en la captación sensible del objeto. Como se puede ver, el Derecho, tiene para Durkheim un grado mayor de objetividad en tanto en las reglas jurídicas se expresa la ‘fijación’ de las pautas sociales.

Hasta aquí, puede percibirse claramente cómo Durkheim está construyendo las bases de la ‘perspectiva sociológica’, buscando ‘develar lo oculto’, manifestando una relación específicamente sociológica entre el sujeto y el objeto de conocimiento. Señalando los obstáculos epistemológicos, que hoy en día siguen siendo discutidos por distintas corrientes sociológicas.



El alcance o importancia de la Sociología como ciencia


Para Durkheim, la Sociología -como se ha visto- además de buscar conocer los condicionamientos sociales de los comportamientos, tiene por misión aportar en la resolución de aquellos problemas prácticos, detectados en el proceso de investigación: “No significa esto que haya que detenerse en las cuestiones prácticas, sino que, por el contrario, como ya se ha podido ver, nuestra preocupación constante ha sido el orientarla, de manera que pueda llegar hasta la práctica. La sociología encuentra necesariamente estos problemas al final de la investigación.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 146) Orientar la práctica supone brindar elementos para ‘mejorarla’, fundamentalmente allí donde se presentan disfuncionalidades y desintegración social.

Este planteo aparece en el Prefacio de la Primera Edición de La división social del trabajo, donde el autor sostiene que es necesario construir la ‘Ciencia de la Moral’[8]. Esta ciencia no es más que la Sociología estudiando los hechos morales, en tanto estos son hechos sociales como cualquier otro: “Los hechos morales constituyen fenómenos como los otros; consisten en reglas de acción que se reconocen en ciertos caracteres distintivos; debe, pues, ser posible observarlos, describirlos, clasificarlos y buscar las leyes que los explican.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 39)

Durkheim sostiene que es posible superar la antítesis entre ciencia y moral, desde que se reconoce la posibilidad de intervenir en la realidad social, en la medida que esta ‘no es todo lo que debe ser’. El objetivo de esta intervención de la Ciencia no será crear una moral alternativa -pues no es su tarea-, si no de lo que se trata es de ‘corregir’ o ‘mejorar parcialmente’ la moral: “Lo que reconcilia a la ciencia y a la moral es la ciencia de la moral, pues, al mismo tiempo que nos enseña a respetar la realidad moral, nos proporciona los medios de mejorarla.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 43)

En este marco, es que se establece la posibilidad de anticipar y prever las transformaciones sociales, basándose en el análisis de los cambios pasados: “…la ciencia, proporcionándonos la ley de las variaciones por las cuales ha pasado ya, nos permite anticipar las que están en vías de producirse y que el nuevo orden de cosas reclama.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 41) Sin embargo, prever y orientar no significa que la ciencia establezca necesariamente un ‘deber ser’. Por tanto, en su pretendida búsqueda de objetividad y neutralidad, Durkheim considera que la ciencia no debe ‘juzgar’ a la moral: “Es preciso librarse de esas maneras de ver y juzgar, que un uso prolongado ha fijado en nosotros; es preciso someterse rigurosamente a la disciplina de la duda metódica. Esta duda no ofrece, por lo demás, peligro, pues recae, no sobre la realidad moral, que no se discute, sino sobre la explicación que proporciona una reflexión incompetente o mal informada.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 43) Una de las formas de plasmar este principio de duda metódica es controlando los procesos de análisis, a través de comparaciones metódicas, tanto de aquellos datos coincidentes con el hecho estudiado, como los que contradicen al mismo. Asimismo, el control supone librarse de los juicios apriorísticos, subjetivos y a-metódicos: “…la ciencia, aquí como en todas partes, supone una entera libertad de espíritu.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 43)





























[1] En el sentido de Bourdieu (Bourdieu, P. [2000]: El oficio de sociólogo. Ed. Siglo XXI, México)
[2] Como ya se vio, respecto a las Ciencias Naturales.
[3] En el sentido de Giddens (Giddens, A. [2006]: Capitalismo y la moderna teoría social. Ed. Idea-Books, Barcelona)
[4] Los ‘signos exteriores’ no deben confundirse con el carácter de exterioridad, aunque están asociados. Estos son aquellos datos susceptibles de ser observados.
[5] Expresión utilizada por P. Bourdieu, a partir de las críticas de Durkheim a las producciones sociológicas existentes.
[6] El proceso metodológico incluye otras reglas (para la distinción de lo normal y lo patológico, la construcción de tipos sociales y la explicación).
[7] Esta idea se vinculará más adelante con el proceso denominado ‘conquista’ del objeto en P. Bourdieu.
[8] El autor destaca esta idea de Ciencia de la Moral con el objetivo de dejar en claro, no        solo que el investigador no debe dejarse influenciar por la moral de su tiempo, si no  que la misma pasa a ser un objeto de estudio específico de una ciencia.

SU BIOGRAFÌA EN DIPITY

-CONTEXTO Y ANÀLISIS DE LOS CLÀSICOS-


Contexto y análisis de los clásicos


Contexto histórico de surgimiento de la Sociología y de la producción de los clásicos

El hombre, a lo largo de su historia, ha reflexionado sobre su sociedad; sin embargo, el nombre de Sociología, junto con la mayoría de las disciplinas de carácter científico (de acuerdo a la conceptualización de ciencia moderna), surge a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
El surgimiento de esta nueva disciplina, en parte, fue una respuesta a los desafíos y problemas que presentó el proceso de transformación de la sociedad feudal, en tránsito hacia la sociedad moderna.
La revolución industrial y la revolución francesa -que habilita el ascenso de la burguesía al poder político- son dos grandes hitos del siglo XVIII que hicieron posible que el siglo XIX se inicie como la era de la razón, de los derechos humanos y del pensamiento científico y secular. Estos procesos actúan tanto como causa y efecto de transformaciones a nivel demográfico (fundamentalmente el éxodo del medio rural, aumento poblacional), urbanístico, en la producción, en el desarrollo tecnológico, en la organización y división del trabajo, en la estratificación social (surgimiento de nuevas clases), en los estilos de vida, las costumbres y las ideas, en el marco de un proceso de aceleración del cambio social. Todo esto genera una ampliación del ámbito de lo público, una proxemia que intensifica y complejiza los vínculos humanos, de tal forma que lo social se constituye en un objeto de reflexión susceptible de ser abordado desde una disciplina científica. 

Es mucho lo que puede analizarse sobre este  momento de profundas transformaciones y su impacto, en el surgimiento de la Sociología y en los autores que denominamos clásicos. Impactos que, aún hoy, siguen estando en debate a través de las ideas de postmodernidad, modernidad inacabada, o intensificación de lo moderno, entre otras.

Por este motivo y porque muchos científicos sociales, a través de una narrativa seductora e intensa, han escrito sobre ese mundo en transformación, es que se recurrirá a ellos con el objetivo de exponer, en toda su dimensión, los cambios en las emociones, las percepciones, contradicciones, paradojas, que vivieron y ‘sufrieron’ los hombres del siglo XIX y principios del siglo XX. El propósito de esta elección es lograr ‘revivir’, hasta donde la sensibilidad de cada uno lo permita, las emociones, desencantos, frenesí, apasionamiento que experimentaron los primeros modernos.

Dos, son las obras seleccionadas para tales fines: Itinerarios de la Modernidad[1]y Todo lo sólido se desvanece en el aire[2].



Las sociedades tradicionales


El mundo tradicional-feudal: “Es el mundo de Dios. El mundo según el plan de Dios. Es el mundo que nos explica el comienzo, lo adánico, el pecado, la caída (…) es la palabra de Dios la que explica lo que es el mundo, lo que es el acontecer, lo que es el hombre, lo que es la naturaleza, lo que son las cosas, sobre todo, lo que es el principio, el transcurso y el final de la vida. (…) pero por otro lado, era un mundo absolutamente serenado en el alma del hombre. Se sabían las causas, se sabía la culpa, se sabía que el mundo era apenas una circunstancia, un valle de lágrimas, pero sobre todo se sabía el final: la vida eterna.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 12 y 13)


Además, los viejos sistemas sociales de relación directa (la familia, el gremio, la religión, la aldea) perdieron su fuerza integradora. Esta disolución de las formas tradicionales de relación, junto con el nuevo orden económico, situaron a los hombres en una especie de ‘vacío’ social, perdiendo la seguridad que brindaba el orden estamental.

Este es el mundo que se resquebraja con la modernidad. No es un proceso simple, sino largo y con fracturas diversas, por lo que se verán las complejidades que encierra su comprensión.



La modernidad: tiempos de metamorfosis


Esta es una época de profundas transformaciones de las dimensiones temporal, espacial, de la relaciones de los hombres entre sí y con su entorno:

“Ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones. Es estar dominado por las inmensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar y, a menudo, de destruir las comunidades, los valores, las vidas, y sin embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos a tales fuerzas, de luchar para cambiar su mundo y hacerlo nuestro. Es ser, a la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas a que conducen tantas aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real aun cuando todo se desvanezca. Podríamos incluso decir que ser totalmente modernos es ser antimodernos: desde tiempos de Marx y Dostoieviski, hasta los nuestros ha sido imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo moderno sin aborrecer y luchar contra alguna de sus realidades mas palpables.” (Berman, M. [1988]: Prefacio)

“Ser modernos es encontrarnos en un entorno que promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx, «todo lo sólido se desvanece en el aire»”. (Berman, M. [1988]: pp. 1)

“La vorágine de la vida moderna ha sido alimentada por muchas fuentes: los grandes descubrimientos en las ciencias físicas, que han cambiado nuestras imágenes del universo y nuestro lugar en él; la industrialización de la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología, crea nuevos entornos humanos y destruye los antiguos, acelera el ritmo general de la vida, genera nuevas formas de poder colectivo y de lucha de clases; las inmensas alteraciones demográficas, que han separado a millones de personas de su hábitat ancestral, lanzándolas a nuevas vidas a través de medio mundo; el crecimiento urbano, rápido y a menudo caótico; los sistemas de comunicación de masas, de desarrollo dinámico, que envuelven y unen a las sociedades y pueblos mas diversos; los Estados cada vez mas poderosos, estructurados y dirigidos burocráticamente, que se esfuerzan constantemente por ampliar sus poderes; los movimientos sociales masivos de personas y pueblos, que desafían a sus dirigentes políticos y económicos y se esfuerzan por conseguir cierto control sobre sus vidas; y finalmente, conduciendo y manteniendo a todas estas personas e instituciones un mercado capitalista mundial siempre en expansión y drásticamente fluctuante. En el siglo XX los procesos sociales que dan origen a esta vorágine, manteniéndola en un estado de perpetuo devenir, han recibido el  nombre de modernización.” (Berman, M. [1988]: pp. 1 y 2)

“Si avanzamos unos cien años y tratamos de identificar los ritmos y tonos distintivos de la modernidad del siglo XIX, lo primero que advertimos es el nuevo paisaje sumamente desarrollado, diferenciado y dinámico en el que tiene lugar la experiencia moderna. Es un paisaje de máquinas de vapor, fábricas automáticas, vías férreas, nuevas y vastas zonas industriales, de ciudades rebosantes que han crecido de la noche a la mañana, frecuentemente con consecuencias humanas pavorosas; de diarios, telegramas, telégrafos, teléfonos y otros medios de comunicación de masas que informan a una escala cada vez mas amplia; de Estados nacionales y acumulaciones multinacionales de capital cada vez mas fuertes: de movimientos de masas que luchan contra esta modernización desde arriba con sus propias formas de modernización desde abajo; de un mercado mundial siempre en expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento mas espectacular, capaz de un despilfarro y devastación espantosos, capaz de todo salvo de ofrecer solidez y estabilidad. Todos los grandes modernistas del siglo XIX atacan apasionadamente este entorno, tratando de destrozarlo o hacerlo añicos desde dentro, sin embargo, todos se encuentran muy cómodos en él, sensibles a sus posibilidades, afirmativos incluso en sus negaciones radicales, juguetones e irónicos incluso en sus momentos de mayor seriedad y profundidad.”  (Berman, M. [1988]: pp. 4 y 5)

Estos son tiempos donde la ciencia[3] reemplaza a dios. El conocimiento ya no tiene una dimensión trascendente, sino que es concebido como un producto humano.

“El positivismo va configurando qué es lo que se piensa acerca de la realidad. La realidad es aquello que está al alcance de los sentidos. Lo que no está al alcance de los sentidos no es objeto de ninguna consideración científica. El conocimiento simplemente describe la realidad en tanto conjunto de enunciados que se corresponden en forma unívoca con estados de cosas.”  (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 328)

“En lo que consiste realmente la ciencia es en las leyes por las que se rigen los fenómenos, es decir, los hechos, si bien son relativos, se rigen por leyes, y el científico tiene que decidir cuáles son esas leyes. Como esas leyes son constantes, dice Comte, se puede decir que la verdadera ciencia, lejos de estar formada por simples observaciones, tiende siempre a permitirnos una previsión racional, que es el carácter principal del espíritu positivo. La previsión.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 334)

“El positivismo postuló un solo método. Desde el punto de vista metodológico es monista. Asume que hay una sola manera de proceder con respecto a los hechos. Hay un ideal metodológico que es la física-matemática y hay un modo de describir los acontecimientos, que es la explicación causal. Hay que lograr que los casos individuales o singulares que refieren a los hechos se subsuman bajo las leyes generales hipotéticas de la naturaleza. No hay explicaciones finalistas. No valen las intenciones, ni los fines, ni los propósitos.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335)

Desde el propio pensamiento social, fundamentalmente del contexto de producción alemán, surgen las primeras críticas al positivismo, que se desarrollan como alternativas para conocer la realidad social.

“Se planteó una dualidad entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. En cierto modo se le dijo al espíritu positivo: ustedes ocúpense de las ciencias naturales, de la biología, de la física, de la química. Pero de los acontecimientos humanos, lo que refiere al espíritu humano, lo social, no puede entenderse en términos de explicaciones causales, sino que requiere otra actitud mental, que es la de la comprensión y ese fue el término empleado para ocuparse de los fines, las intenciones, los propósitos del sujeto, ya sea individual o colectivo. Ahí se produjo una dualidad, en discusión crítica con el positivismo, en el siglo XIX que sigue teniendo cierta vigencia. La distinción entre explicar y comprender.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335)

Cuando se hace mención a la dualidad explicación-comprensión se está haciendo referencia a la explicación positivista, susceptible de ser matematizada. Esto no implica que desde las corrientes comprensivistas se niegue el valor de la explicación, si no que:

“El conocimiento de lo humano, tanto social como individual se asemeja al de una persona, por lo cual no hay un punto de partida en términos de observables  que permitan generalizar leyes, sino que mas bien hay una relación circular entre lo que yo observo de él y la trama global que voy configurando, y que me permite describir a esa persona. No puedo entender un acto particular si no conozco la trama general que da cuenta de la historia de esa persona, puedo entender mejor cada hecho singular, y así se establece una relación circular absolutamente incompatible y divergente del espíritu positivo.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335-336)

Esta fue la reacción alemana, en el campo del pensamiento, al positivismo anglo-francés. Puede verse cómo, desde los inicios mismos de la construcción disciplinar, coexisten distintos marcos teóricos que fragmentan y dispersan la producción de la misma, este es un rasgo que caracteriza a la Sociología hasta la actualidad y, tal vez, pueda ser considerado un legado que ha impregnado a otras ciencias, incluidas las no sociales.



Los clásicos describen sus contextos históricos


La modernidad, en un movimiento incesante, ha removido todas las estructuras de las sociedades tradicionales e incluso las que ella misma ha creado. Este proceso también transforma las vidas interiores de los hombres que han vivido en ella, los atormenta y, al mismo tiempo, los insufla: de energía para la lucha, de imaginación creativa, de capacidad para la autorreflexión.
                                  
Es en este marco que los autores clásicos de la Sociología desarrollaron su obra, impregnados de este espíritu, contextos, emociones y pensamientos modernos[4].

Es así que Marx[5], logra hacer sentir esta convulsión social de la siguiente manera: “La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción y con ello todas las relaciones sociales. (…) Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista. En Obras Escogidas. Ed. Progreso, Moscú, pp. 114)

Esta visión del entorno moderno termina de completarse con, la que tal vez sea, la descripción mas paradigmática del mismo: “Todas las relaciones estancadas o enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven obligados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista, pp. 114).

El final de este párrafo resulta muy significativo porque relaciona las transformaciones de la modernidad con la necesidad que los hombres reflexionen sobre éstas, el nuevo lugar que ocuparán y las relaciones que los vincularán, anunciando, así, el inicio de las ciencias sociales modernas.

También Durkheim[6] se ve fuertemente impactado por este nuevo contexto, cargado de contradicciones, vacíos y fluctuaciones. Es por esto que sostiene: “El trabajo de máquina reemplaza al del hombre; el trabajo de manufactura, al pequeño taller. El obrero se halla regimentado, separado todo el día de su familia; vive siempre mas apartado de ésta que el empleado, etc. Esas nuevas condiciones de la vida industrial reclaman, naturalmente, una nueva organización; pero, como esas transformaciones se han llevado a efecto con una extrema rapidez, los intereses en conflicto no han tenido todavía el tiempo de equilibrarse.” (Durkheim, E. [2004]: La División del trabajo social. Ed. Libertador, Bs As, pp. 369 y 370)

El autor busca explicar las contradicciones de clase que pueden visualizarse en el nuevo ‘orden’ social y en el desarrollo de esta explicación no puede mas que reconocer la complejidad de las transformaciones que se están viviendo en las sociedades modernas: “Las relaciones del capital y el trabajo, hasta ahora han permanecido en el mismo estado de indeterminación jurídica. El contrato de arrendamiento de servicios ocupa en nuestros códigos un espacio bien pequeño, sobre todo cuando se piensa en la diversidad y en la complejidad de las relaciones que está llamado a regular. Por lo demás, no es necesario insistir en una laguna que todos los pueblos actualmente reconocen y se esfuerzan en rellenar.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 367). Durkheim percibe las convulsiones en que se encuentra su sociedad, percibe, asimismo, que las transformaciones  son complejas y se han producido con pasmosa rapidez, esto muestra, ni mas ni menos, a un hombre  en medio del derrumbe de las viejas tradiciones y la asunción de un nuevo ‘orden’ inacabado y las incertidumbres que lo acompañan.

Asimismo, Weber[7], también, es testigo de estos profundos cambios epocales: “…desde que el ascetismo abandonó las celdas monásticas para instalarse en la vida profesional y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que pudo a construir el grandioso cosmos de orden económico moderno que, vinculado a las condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos individuos nacen en él (no sólo de los que en él participan activamente), y de seguro lo seguirá determinando durante muchísimo tiempo más.” (Weber. M. [1985]: La Ética Protestante y el espíritu del capitalismo. Ed. Península, Barcelona, pp. 258). Se habla del ‘grandioso orden económico’ que se basa en una lógica mecánica y que determina de forma ‘irresistible’[8]  el modo de vida, no solo de los que se enriquecen con él, sino de los que no son beneficiarios del mismo, quiere decir que el proceso modernizador abarca a todos, esto no implica que beneficie a todos.

Los tres autores, como se verá mas adelante, son altamente críticos de la modernidad de su tiempo y, sin embargo, serán adoradores de ella. Aún Weber, quien, sin dudas, nunca generó una mirada ‘pastoral’ sobre la modernidad, a la que caracterizó como ‘estuche vacío’, no cierra, totalmente, su mirada a la superación de esta etapa convulsionada. En sus diferentes abordajes conceptuales de la racionalidad, se puede ver cómo considera, a la racionalidad instrumental del capitalismo, la mas ‘grandiosa’ y la que constituye la forma mas ‘eficiente’ de organizarse la sociedad moderna.

Pero los juegos inciertos, contradictorios, lábiles que se pueden encontrar en los tres autores, tienen que ver con este ‘ser modernos’.

Durkheim constata la falta de regulación y los problemas que estos cambios provocan, pero sostiene que la división social del trabajo, cuando alcance un marco regulativo, llevará a las sociedades a formas de integración nunca antes conocidas.

Ya se vio cómo Marx ensalza esta época, cómo se fascina ante ese poderío inacabable de cambio revolucionario que viene de la mano de la burguesía, y al mismo tiempo, planteará el agotamiento de su dominio de clase y la necesidad de su hundimiento: “Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. (…) El obrero moderno por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende mas y mas por debajo de las condiciones de vida de su propia clase.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto Comunista, pp. 121). El encantamiento con la sociedad  burguesa desaparece, pasando a ser presentada como la clase mas depredadora que ha existido, desde el momento que no puede garantizar la subsistencia de sus dominados.

Propio de la  modernidad es dejar preguntas, espacios vacíos, sin respuesta, porque el cambio es intenso, rápido y las incertidumbres no dejan de aparecer. En los clásicos, esto se ve con gran claridad, hay ‘agujeros negros’, vacíos conceptuales que serán materia de interpretación de las escuelas posteriores.

“Las representaciones de lo real se resquebrajan, perdían centros sustentadores para la mirada y la interpretación. Se pasaba de las claridades a las penumbras. Del tiempo de Las Luces al tiempo de Las Sombras. De lo catalogado a lo indiscernible. De lo definido en proyecto, a lo indefinido en lo real. Las ciencias, los sistemas, las explicaciones objetivas abundaban. Pero lo moderno, la sociedad, los conjuntos sociales, desdibujaban sus perfiles en relación a las hipótesis de armonía de la razón ilustrada. Contornos indecisos, experiencias irracionales, violencias inhumanas, resultaba el nuevo rostro todavía sin descripción. Mitos, atavismos, y creencias de vieja data difuminados entre el arrasador curso de la razón capitalista industrializadota.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 303)

A nada de esto estuvieron ajenos los autores tratados, por el contrario fueron protagonistas que vivieron las contradicciones, la incertidumbre, las ansias de transformación y la búsqueda de la integración de estas sociedades fragmentadas.
           
“El siglo XIX es “El tiempo del progreso y la utopía evolucionista. Piensen ustedes en Darwin, en el darwinismo social: el hombre avanza, se selecciona, mejora, algunos merecen ser los dominadores, son los dueños del futuro. Es también el tiempo de la expansión planetaria del capitalismo, de las naves de la Inglaterra victoriana surcando los mares con sus nuevas cuencas de vidrio. La época de la mercancía convirtiéndose en cultura; es decir, en exportadora de un modo de vida, de una trama política, de una concepción de la sociedad. Europa se expande, se universaliza, se hace planetaria en un sentido todavía mas intenso y profundo que la expansión del siglo XVI, es brutalmente homogeneizadora. El Estado capitalista entra en todos los intersticios del mundo, se convierte en la palabra orden, en el fundamento civilizatorio.[9] (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 347)

“Es también, como les decía, una época del miedo frente al cambio, frente a la revolución, frente a esas masas que amenazan cortar con lo tradicional. Miedo que lleva, por ejemplo, al nacimiento de las “ciencias del hombre”, preocupadas por disciplinar las conductas, por normativizar lo anómico (en esta época de crisis y transformación, de ruptura de los lazos tradicionales, surgen la psiquiatría, la sociología, la economía política, la criminología, etc.). Los hombres pensantes de la época, frente al cambio, frente a las conmociones geológicas de la cultura, tiempo donde todo se resquebraja, tratan de pensar un orden posible, de poner barreras, de organizar y controlar.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 347)

Es así que, la ‘cuestión social’ se convierte en foco de atención prioritario de todo el pensamiento social. El contexto social e ideológico en que surgió la Sociología fue propicio para el desarrollo de un saber aplicado. Esta sensibilización por el cambio social dio lugar a que la reflexión sociológica apareciera muy influida por una clara preocupación por los temas de la desintegración y reconstrucción del orden social.

Después de escuchar las ‘voces’ de los propios clásicos describiendo los contextos histórico-culturales donde produjeron y, de complementar esta descripción, significándola desde el presente, a través de la sensible narrativa de Berman, Casullo y Forster, se está en condiciones de iniciar el abordaje del análisis de sus planteos teórico-metodológicos y sus concepciones epistemológicas. Pudiendo buscar las correlaciones, parentescos, distancias, inconsistencias que presentan los mismos, con el contexto antes desarrollado y, a su vez, con los contextos académicos de cada autor en particular.









[1] Casullo, N. y Forster, R. (1999): Itinerarios de la Modernidad. Ed. Eudeba, Argentina.
[2] Berman, M. (1988): Todo lo sólido se desvanece en el aire. Ed. Siglo XXI, Madrid.
[3] La concepción de ciencia positivista es la dominante en estos tiempos (sin olvidar que co-existen otras posturas) y aún pervive en las prácticas científicas y en la enseñanza de la ciencia. Por lo que es necesario relativizar esta idea, con las nuevas variables que definen al conocimiento científico actualmente. Algo de esto se verá en el planteo de la Sociología como una ciencia dispersa.
[4] Es por esto que es imprescindible, para el desarrollo de su enseñabilidad, lograr transmitir al alumno, de la forma más vivencial y empática posible, el contexto de producción que incide en los aportes teórico-metodológicos de los mismos.
[5] Karl Marx nació en Tréveris (Alemania), en 1818 y murió en 1883.
[6] Èmile Durkheim nació en 1858 en Epinal, Francia, y murió en 1917.
[7] Max Weber nació en 1864 en Alemania y murió en 1920
[8] El afán de riqueza que, originariamente, si era producto del trabajo, indicaba un acercamiento a Dios, ahora ha perdido su sentido y los hombres sienten el deseo de poseerla de forma irresistible y mecánica.
[9] Resulta interesante plantearse la tarea de indagar, junto con los estudiantes y los docentes de Historia, sobre el siglo XIX en América Latina y, específicamente en Uruguay, para realizar un estudio comparado que permita ver el avance de esa cultura homogeneizadora, y a su vez, qué formas de resistencia locales se le enfrentaron si es que las hubo.