Este es un blog creado por estudiantes del tercer año del profesorado de Sociología, pertenecientes al CeRP SW -Colonia del Sacramento-
sábado, 1 de septiembre de 2012
viernes, 31 de agosto de 2012
viernes, 6 de julio de 2012
viernes, 29 de junio de 2012
jueves, 28 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
DURKHEIM- BREVE CONTEXTO TEÒRICO
Durkheim: breve contexto teórico
Este
autor es un clásico del pensamiento sociológico, en tanto se interesó por
problemas que en la actualidad continúan siendo objeto de reflexión en las ciencias sociales, ya que su
mirada de la realidad social sigue siendo fuente para nuevos desarrollos
teóricos e investigaciones empíricas. Actualmente, la Sociología
continúa problematizando sobre fenómenos ya analizados desde sus inicios, dado
que los cambios histórico-culturales de la realidad social, la variedad de
puntos de vista y los trayectos teóricos de los investigadores, llevan a su
reformulación y resignificación constante.
La
importancia y trascendencia de este autor surgen de su intención de construir
una ciencia de lo social y en este intento cumple con una tarea propia de la Sociología del
Conocimiento: la de someter las operaciones de la práctica sociológica a la
polémica de la razón epistemológica para definir e inculcar una actitud de
‘vigilancia’, tanto en relación al objeto de estudio, como a la ‘ruptura’ con
el conocimiento común[1].
Durkheim
sostiene que la Sociología,
continuamente, debe interrogarse acerca de sus propias condiciones de
posibilidad. Esto es algo que aparece, entre otros, como un legado para la Sociología Contemporánea,
de tal forma que los distintos teóricos que abordan los problemas
epistemológicos de la disciplina, parten
de esta misma premisa.
Con
relación a su contexto teórico, a fines de la década del noventa del Siglo XIX,
pocos intelectuales lograron plasmar su concepción en torno al objeto
específico de la Sociología,
y mucho menos existieron reflexiones y propuestas claras respecto a su método.
Sin lugar a dudas, la influencia de corrientes de pensamiento ligadas a las Ciencias
Naturales fue marcando el camino de generaciones de intelectuales, que se
inclinaron a comprender a la realidad social por medio de analogías entre el
cuerpo humano y la sociedad, en tanto ‘organismo’ social. Pero estos recursos
resultaron poco exitosos para comprender la complejidad de los fenómenos
sociales. Los trabajos de H. Spencer, A. Comte y G. Tarde tuvieron en cuenta la
importancia del estudio de “lo social”, pero su contribución hacia una
definición del objeto y método de la Sociología no lograron alcances significativos
desde el punto de vista de la construcción de la disciplina como ciencia.
La
falta de una definición específica del objeto y de un método que permitiera
abordarlo, dio como resultado reduccionismos y determinismos ligados al sentido
común y la imposibilidad de explicar los fenómenos sociológicos sin caer en
especulaciones o en sesgos, producto de la extrapolación -sin vigilancia- de
conceptos y enfoques de otras disciplinas[2].
Durkheim
apunta a cuestionar los juicios espontáneos que con facilidad se ven
potenciados por las ‘pasiones’ ideológicas, religiosas y políticas; haciendo
referencia al evolucionismo de Spencer, a la concepción metafísica de la
dinámica social de Comte y a la
Sociología de la imitación de Tarde. Estas ‘pasiones’ impiden
un control empírico y un desarrollo crítico y exhaustivo sobre los fenómenos a
indagar. Estos enfoques ejemplifican de qué modo estas ideas especulativas, que
ciertos intelectuales se forman sobre algunos fenómenos, sustituyen la
explicación de los mismos.
Es
así que, sostiene que Comte y Spencer se interesaron mas por filosofar. El
primero, se preocupó por mostrar que el mundo social evolucionaba hacia la
perfección en vez de indagar la
naturaleza cambiante de lo social y, el segundo, de dar por supuesta la armonía
social en lugar de estudiar si realmente existía[3].
En
este contexto, E. Durkheim en 1895 publica Las reglas del método sociológico
como un intento de definición del método y objeto de la Sociología; a los
efectos de evidenciar sus características en tanto ciencia experimental. Una
ciencia en condiciones de dar cuenta sobre los fenómenos de la vida social, por
medio de la indagación metódica de un objeto específico, que no es posible ser
explicado a través de la reflexión introspectiva y, mucho menos, a través de la
sumatoria de estados de la conciencia individual (en tanto procesos
imitativos). Esta identificación de la especificidad y complejidad de lo social
requirió de una reconstrucción teórico-metodológica, que permitiera hallar principios
de explicación de orden científico. Todo esto muestra que el tratamiento de las
explicaciones sobre la realidad social de autores, tales como Spencer y Comte, no
son imprescindibles como medio para entender, posteriormente, el interés
de E. Durkheim en la
institucionalización de la
Sociología como ciencia. Resultan relevantes los planteos de
dichos autores si se los aborda desde el cuestionamiento epistemológico que
realiza el fundador de la
Sociología.
Como
se dijo, las profundas transformaciones del contexto histórico, son tratadas por
el autor en diversas obras, tales como: La
división social del trabajo, El
suicidio, Las formas elementales de la vida religiosa. Estas, si bien
ofician como testigos de las rupturas y debilidades del tejido social de su
época; hoy en día adquieren relevancia, más que por su carácter explicativo,
por evidenciar los principios epistemológicos y metodológicos del autor.
Análisis de EMILE DURKHEIM
“La
sociología no es, pues, el anexo de otra ciencia, sino que es por sí misma una
ciencia distinta y autónoma; y el sentimiento de lo que tiene de especial la
realidad social es de tal manera necesario al sociólogo que sólo una especial
cultura sociológica puede prepararlo para la inteligencia de los hechos
sociales.
Consideramos
que este progreso es el más importante de los que le quedan por hacer a la
sociología. Sin duda, cuando una ciencia está en camino de surgir, se está
obligado para formarla a referirse a los solos modelos que existen, es decir, a
las ciencias ya formadas. Tenemos en ellas un tesoro de experiencias
realizadas, que sería insensato no aprovechar. Sin embargo, solo puede
considerarse una ciencia definitivamente constituida cuando ha llegado a darse
una personalidad independiente. Pues una ciencia sólo tiene razón de existir cuando
tiene por materia un orden de hechos que no estudian las demás ciencias. Y es
imposible que las mismas nociones puedan convenir idénticamente a cosas de
naturaleza distinta.”
(Durkheim, E. [1997]: Las reglas del
método sociológico. Ed. Akal, Madrid, pp. 148).
Relación
sujeto-objeto investigador
Esta cita introduce al autor,
permitiendo visualizar la complejidad de su análisis de la realidad y de las
formas de abordarla. Así como, se expresa la creación, consolidación y
proyección de una nueva disciplina con características propias, que debe su
desarrollo a otras ciencias y a las que les dejará su legado. A partir de este
autor el proceso es irreversible, aquí se sientan las bases para la
construcción de una nueva forma de pensar el mundo social.
Durkheim busca construir un método
específico para la
Sociología. Esto implica la ruptura con el pensamiento
filosófico, y con los conocimientos pseudo-sociológicos precedentes (con
residuos metafísicos y contenidos devenidos de una ‘sociología espontánea’): “Nuestra regla no implica, pues, ninguna
concepción metafísica, ninguna especulación sobre el fondo de los seres.” (Durkheim,
E. [1997]: pp. 22). Es así que, se detiene en precisar y delimitar el objeto de
estudio de esta disciplina, distinguiendo tanto al objeto como al método,
fundamentalmente, de las Ciencias Naturales y de la Psicología.
Es necesario detenerse en la relación
que establece el propio autor entre las Ciencias Naturales y la Sociología, evitando
interpretar erróneamente la asociación de los métodos de ambos tipos de
conocimiento. Durkheim plantea la exigencia que: “…el sociólogo ponga su espíritu al
nivel del del físico, del químico, del fisiólogo, cuando se aventuran en
una región, todavía inexplorada, de su dominio científico. Es preciso que al
penetrar en el mundo social se haga cargo de que penetra en lo desconocido…”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 22). Este ‘elevar el espíritu’ como en las Ciencias
Naturales, no implica el uso del método de
éstas para el estudio de la realidad social. El error puede devenir,
entre otras cosas, de la lectura que se realiza de la Regla Fundamental
que sostiene que los ‘hechos sociales
deben ser tratados como cosas’. ‘Elevar el espíritu’ supone el desarrollo
de una actitud, postura y disposición científica frente al conocimiento de la
realidad, como en cualquier otra ciencia, que se orienta hacia el objeto,
tratándolos como verdaderas incógnitas y de forma objetiva. Para abordar este
problema teórico-metodológico, es necesario trabajar las particularidades del
objeto de análisis, del sujeto cognoscente y su relación.
Las particularidades del objeto de
conocimiento y las implicancias del investigador social con relación al mismo
(sesgos: subjetividad, ideologías, entre otros), difieren de otras ciencias;
por lo que, para el autor, es imprescindible realizar la distinción clara del
método y del objeto sociológico: “Pues
una ciencia solo tiene razón de existir cuando tiene por materia un orden de
hechos que no estudian las demás ciencias. Y es imposible que las mismas
nociones puedan convenir idénticamente a cosas de naturaleza distinta.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 148). Se trata de un autor construyendo una ciencia
nueva, que se centra en la delimitación y diferenciación de su objeto y, por
esto mismo, recalca que el método aparece como provisional; pudiéndose mejorar,
perfeccionar y precisar en el desarrollo de esta ciencia: “…el método solo puede ser
provisional, pues los métodos cambian a medida que la ciencia avanza.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 19). No se lo puede presentar, entonces, como un
método único y acabado.
La familiaridad del investigador con
el objeto de análisis, la especificidad de ser un objeto capaz de tener
representaciones sobre sí mismo, entre otras, requiere de una actitud
científica en busca de objetividad. Esto es posible en tanto el conocimiento
esté mediado por un método científico para controlar y vigilar el irremediable
involucramiento del investigador con el objeto de estudio, por su simultánea
condición de sujeto y objeto de conocimiento.
La objetividad se garantiza, entonces,
con un riguroso uso metodológico a través de pautas de procedimiento,
expresadas en reglas, que guían la postura del científico en su práctica
cognitiva. Pero todo esto es posible en tanto el objeto social tiene para
Durkheim determinadas características, que lo hacen factible de ser estudiado
de forma objetiva.
Este objeto social tiene una
‘naturaleza propia’, distinta a la de otros objetos científicos, dependiente de
causas sociales que lo explican y lo determinan. Se trata de un mundo fáctico
susceptible de ser conocido por una ciencia específica: “…esta síntesis «sui géneris», que constituye toda sociedad, produce
fenómenos nuevos, diferentes de los que se engendran en las conciencias
individuales, [entonces] hay que
admitir que estos hechos específicos residen en la misma sociedad que los
produce y no en sus partes, es decir, en sus miembros.” (Durkheim, E.
[1997]: pp. 24).
Se entiende necesario destacar la
relación que Durkheim establece entre ‘todo-parte’, tanto por la centralidad
que tiene en la concepción del autor como por su uso simplificado, donde se
tiende a poner el énfasis en un solo término de la relación. La utilización de
esta relación le permite al autor marcar la separación de los fenómenos sociales
de los psico-orgánicos, así como manifestar una determinada concepción de
organización social.
Es imprescindible analizar qué
entiende el autor cuando establece que el ‘todo es independiente de las
manifestaciones individuales’. Con ello, busca demostrar que lo social depende
de causas, medios, condiciones y genera efectos, diferentes a lo individual por
sí mismo. Trabajar esta idea como una
afirmación absoluta sería desconocer las relativizaciones que el propio autor
señala, cayendo -de esta manera- en un absurdo. Lo sostenido por el autor es
que las propiedades del ‘todo’ no se encuentran
totalmente en las partes -tomadas en su individualidad-; sin embargo, es
claro que éstas lo expresan y son sus hacedoras. Es decir, en los individuos
está el todo, no en su completitud y, a su vez, sin individuos no existe lo
social. Asimismo, sostiene que el campo de estudio de las representaciones,
tanto colectivas como individuales, no ha alcanzado un desarrollo suficiente
que permita establecer la vinculación entre estos dos niveles
representacionales.
El objeto social, por su capacidad de
objetivarse, de ser constante y de fijarse en formas regulares y capaces de ser
observadas, descriptas, clasificadas y explicadas exteriormente, se ofrece a un
conocimiento objetivo, mediante algunos ‘artificios de método’ (procedimientos
y técnicas para distinguir, relevar y explicar el objeto).
Ahora bien, no todo lo que forma parte
de la realidad social o fenómenos sociales, puede ser objeto de la Sociología, si no una parte
de esta. Delimitar el objeto de una nueva disciplina es una tarea que Durkheim
debió emprender, para poder especificar el espectro de fenómenos que ingresan
en su análisis. La delimitación del objeto social requiere de una definición
operativa (aunque con carácter provisional también), que realce los aspectos
más sobresalientes y característicos del sector de la realidad que pretende
abordar.
Los signos con los que identifica y
delimita la definición del objeto, deben servir como marco de referencia compartido
para aquellos que emprendan un abordaje desde esta nueva disciplina social;
garantizando la existencia de ‘puntos de mira’ que actúen como forma de reconocimiento del objeto, de la
manera más precisa y clara posible. Esos ‘signos exteriores’ para identificar
el objeto específico de la Sociología,
refieren a caracteres propios del objeto[4].
Es así, que los ‘hechos sociales’ pasan a ser este nuevo objeto, definidos con
suficiente precisión, como para evitar conceptualizaciones amplísimas y
ambiguas, o demasiado acotadas y reducidas.
Claro está, que la objetividad no se
garantiza únicamente con una definición que sirva como referencia para los
sociólogos y que recoja los caracteres más superficiales y exteriores de este
objeto, si no que es preciso construir pautas para controlar el acercamiento,
el relevamiento de evidencias, la clasificación y explicación del mismo.
En esta etapa inicial y fundante de la Sociología como
ciencia, este autor va a intentar oponer la ‘objetividad’ a cualquier forma de
expresión de ‘subjetividad’, tanto del científico como de los actores sociales
estudiados. Este proceso de distinción es necesario para poder controlar los
sesgos subjetivos (producto de representaciones e involucramiento en lo
social), así como controlar la ‘ilusión de la transparencia’ del mundo social.
Se trata de la ilusión de la existencia de un mundo evidente, accesible por la
simple reflexión o identificación de evidencias prácticas: “Estas nociones [cotidianas]
son, por el contrario, algo así como un velo que se interpone entre las cosas y
nosotros, y nos las disfrazan cuando nos las figuramos como transparentes.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 46). La función, entonces, del establecimiento de
reglas metódicas, específicas para el conocimiento sociológico, es la de
interponer o mediar mecanismos o procedimientos que le permitan diferenciarse
del conocimiento cotidiano y del conocimiento ‘pretendidamente sociológico’
(‘sociología espontánea’[5])
acerca de la realidad social, puesto que: “…si
la poseyéramos sin esfuerzo, el estudio de la realidad presente no tendría para
nosotros ningún interés práctico, y como es precisamente este interés lo que
justifica dicho estudio, éste se encontraría para lo sucesivo sin objeto.” (Durkheim,
E. [1997]: pp. 46).
Esta distinción entre el conocimiento
sociológico y de ‘sentido común’, como se verá más adelante, no implica el
desconocimiento de cierto valor de este
último en el proceso de delimitación y caracterización del objeto de estudio.
La distinción es necesaria, en tanto justifica, entre otros, la necesidad de un
conocimiento preciso, racional y objetivo de lo social. Cabe la misma reflexión
para la necesidad de establecer la ruptura con los conocimientos
pseudos-sociológicos.
Este planteo se desarrolla a través de
la fundamentación de las diversas reglas de procedimiento para estudiar los hechos
sociales. Para comprender su propuesta teórico-metodológica, se entiende
suficiente el abordaje de la ‘regla fundamental’ y de las
‘reglas relativas a la observación de los hechos sociales’[6].
La
regla fundamental
“…los
hechos sociales deben ser tratados como cosas…” (Durkheim, E. [1997]: pp. 20).
Trabajar esta regla presenta
complejidades que son necesarias de desglosar analíticamente a los efectos de
superar algunos obstáculos para su comprensión. Para esto, se propone el
siguiente desglose y articulación conceptual: ‘hechos sociales’, ‘tratados como’ y ‘cosas’.
En primer lugar, Durkheim entiende los
hechos sociales como las maneras de
actuar, pensar y sentir, exteriores y coercitivas. Ninguno de los componentes
que aparecen en esta conceptualización es arbitrario. Se trata de ‘maneras’,
pues lo que intenta es rescatar el carácter socio-cultural de las acciones, los
pensamientos y sentimientos; en oposición al abordaje psico-biológico. No es
arbitrario, tampoco, que especifique que se trata de formas de: actuar, pensar
y sentir. ‘Actuar’ en el entendido de práctica, o conducta exteriorizada;
‘pensar’ como representación, conocimiento; ‘sentir’ como sentimientos, emociones,
afectos. Si bien la distinción es necesaria para considerar y abarcar todos los
fenómenos que pueden ser sociales, no implica que el autor desconozca los
vínculos entre ellas, resultando ésta solo una separación analítica. En el aula
a la hora de ejemplificar es necesario elaborar situaciones que tendrán un
énfasis mayor en la distinción analítica y, asimismo, otras que muestren su
inevitable vinculación empírica.
Con relación a las características,
éstas sirven como ‘signos’ para identificar al objeto allí donde se exprese.
Ambas aparecen íntimamente relacionadas, de tal forma que, lo ‘externo’ es
característico del hecho social y, a su vez,
es indicador de coercitividad, y lo ‘coercitivo’ permite la
identificación de los hechos sociales y, a su vez, actúa como indicador de exterioridad.
En cuanto a la exterioridad, esta se explica aludiendo a que los hechos sociales
existen independientemente que el individuo los desee o rechace, adhiera a
ellos o no, los acepte o no; esto no supone negar que el individuo sea un
contenedor de lo social. Que se trate de
una forma independiente a la ‘voluntad individual’, no supone que lo social
pueda tener una existencia separada de los sujetos que la producen y la
reproducen, puesto que de otra manera no existiría sociedad. Estos hechos se le
presentan como ya dados, transmitidos de generación en generación, por tanto,
preexistentes.
Con relación a la característica de coercitividad, se hace referencia al
carácter impositivo de los hechos sociales, de tal forma que estos ofician como
orientadores de la acción, tanto estimulándola como limitándola. Este carácter
se hace perceptible, fundamentalmente cuando el individuo contraviene las pautas sociales, estatuidas o
no. Cuando esto último ocurre, se manifiesta una sanción de orden social que se
presenta como un ‘signo’ del carácter coercitivo. En la mayoría de los casos,
cuando los sujetos adhieren a las pautas sociales, este carácter coercitivo no
se lo puede observar de manera directa, por lo que el sociólogo debe realizar
una búsqueda metódica de elementos que muestren esa coercitividad y, de no
encontrarlos, debe recurrir a otros indicadores.
Es así que, en La división del Trabajo Social queda plasmada la idea antes
referida, desde el momento que en el objeto de estudio no se manifiesta
directamente el carácter coercitivo. La ‘solidaridad social’ se presenta como
fenómeno interiorizado y subjetivo; por lo tanto, para poder estudiarla
objetivamente, es necesario recurrir al estudio de las sanciones (rasgo explícito
de la coerción) que devienen de su contravención: “…la solidaridad social es un fenómeno completamente moral que por sí
mismo, no se presta a la observación exacta ni, sobre todo, al cálculo. Para
proceder tanto a esta clasificación como a esta comparación, es preciso, pues,
sustituir el hecho interno que se nos escapa, con un hecho externo que le
simbolice, y estudiar el primero a través del segundo.” (Durkheim, E.
[2004], pp. 67). El hecho externo al que recurre es el Derecho y,
específicamente, selecciona la sanción como indicador de la existencia de
solidaridad y de distintos tipo de la misma, pues “…todo precepto jurídico puede definirse como una regla de conducta
sancionada”. (Durkheim, E. [2004]: pp. 72)
Ambas características se
interrelacionan de tal forma que en la solidaridad social no puede percibirse directamente su exterioridad y tampoco
su coercitividad, de ahí que el estudio de la sanción será lo que permita
concebir a este fenómeno, la solidaridad, como un hecho social.
Asimismo, Durkheim incorpora también
como hechos sociales, fenómenos que no son transmitidos de generación en
generación, y en los que el individuo forma parte de su construcción. La
inclusión de otros hechos no preexistentes al individuo se sustenta en tanto
estos posean las mismas características que todo hecho social (exterioridad y
coercitividad), sin que necesariamente se encuentren ‘fijados’
(institucionalizados) como
comportamientos sociales. Las ‘corrientes
sociales’ serían un ejemplo de esto, en la medida que se presentan como
exteriores y, además, se le imponen al individuo, sin ser comportamientos que
presenten regularidad o estén institucionalizados como pautas sociales.
Como se vio, en cuanto a las
dificultades de la identificación directa de la exterioridad y coercitividad de
algunos hechos sociales, Durkheim complejiza su definición, para salvar esta
dificultad; sustituyendo aquellas
características por otras de más fácil visualización, como son: la generalidad y la independencia de las manifestaciones individuales. Sin olvidar, que
esta sustitución refiere, igualmente, a la misma conceptualización, pues la
‘generalidad’ (difusión, regularidad, frecuencia) y la ‘independencia de las
manifestaciones individuales’ (objetividad) refieren a la misma idea de ‘exterioridad’
y ‘coerción’: “Nuestra definición
comprenderá todo lo definido, si decimos: «hecho social es toda manera de
hacer, fijada o no, susceptible de ejercer sobre el individuo una coacción
exterior»; o bien; «que es general en el conjunto de una sociedad, conservando
una existencia propia, independiente de sus manifestaciones individuales».”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 44). El sentido de ambas definiciones es el mismo, lo
que varía es la selección metodológica que se realiza, en función de la presencia
o ausencia de determinados ‘signos exteriores’ en el objeto a ser estudiado.
Si bien la generalidad no es una
característica que por sí misma pueda identificar un hecho social, es válida su
utilización por ser un efecto que deviene del carácter coercitivo de los hechos
sociales: “La generalidad, combinada con
la objetividad, pueden ser mas fáciles de establecer. De otra parte, esta
segunda definición no es mas que la primera en una forma distinta; pues si una
manera de obrar, que tiene vida fuera de las conciencias individuales, se
generaliza, solo puede hacerlo imponiéndose.” (Durkheim, E. [1997]: pp.
42). Como puede verse, la generalidad es una condición necesaria, pero no
suficiente para reconocer un hecho social pues no todo lo general es social,
pero sí lo social es siempre general.
Por lo tanto, la característica de
generalidad debe estar vinculada a la característica de independencia de las
manifestaciones individuales, para distinguir aquellas acciones, pensamientos y
sentimientos dependientes de causas estrictamente psicológicas y/o biológicas
(como comer, sentir, conocer), de las
sociales que implican el cómo se concretan culturalmente las mismas.
Por otra parte, aseverar que los
hechos sociales ‘deben ser tratados
como’ cosas, implica la construcción de una pauta que orienta cómo han de
vincularse el sujeto cognoscente (investigador) y el objeto de conocimiento. Es
a esto a lo que se hacía referencia anteriormente, con relación a ‘elevar el
espíritu’ como en otras ciencias y
cuando se planteó que estos fenómenos deben poderse observar, describir,
clasificar y explicar exterior y objetivamente. No se sostiene, por tanto, que
los hechos sociales sean ‘cosas’, sino que deben ser abordados como si lo
fueran.
Por tanto, es necesario desarrollar el
concepto de ‘cosa’ que maneja el
autor. Es así, que ‘cosa’ es “…todo lo
que es dado, todo lo que se ofrece, o mejor, lo que se impone a la observación.
Tratar los fenómenos como cosas, es tratarlos como «datos» que constituyen el punto de partida de la ciencia.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 55). Dato es, entonces, la forma en que se manifiesta
exteriormente, al observador, el objeto de estudio. Hay que tener presente que
Durkheim parte de la noción que el ‘dato’ no es un constructo, sino que es
parte intrínseca del objeto. Esta concepción no permite visualizar las
implicancias del investigador sobre el objeto a ser estudiado y, por tanto, no
pone en cuestión la imposibilidad del
desarrollo de un conocimiento neutral y totalmente objetivo.
Cuando el autor afirma que ‘cosa’ es
todo lo que se opone a la ‘idea’, no excluye que ésta no pueda ser una
representación colectiva. Se trata de oponerla a la concepción de ‘idea’ como
aquello que se ‘conoce interiormente’;
es decir, lo subjetivo, lo íntimo, lo que emerge de la introspección. Por
tanto, las representaciones colectivas son susceptibles de ser tratadas como
cosas, igual que cualquier hecho social. Se las tratará como verdaderas incógnitas, de forma que se
produzca la ruptura con las ideas y conocimientos que el investigador ya tiene
del objeto.
Profundizando sobre las formas de
identificación de la “cosa” el autor
plantea que: “…se reconoce principalmente
una cosa, por el hecho de no poderse modificar por un acto de la voluntad.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 56) No se
sostiene que “la cosa” no pueda ser transformada, si no que sus cambios o
modificaciones no dependen le las voluntades individuales, es decir que son,
necesariamente, colectivos (los cambios a los que se hace referencia, son, en
sí mismos, hechos sociales).
Corolarios
Los corolarios (reglas relativas a la
observación de los hechos sociales) se desarrollan a partir de la regla
precedente, que el autor entiende como la base de todo el método. Con ellos se
busca sistematizar los pasos necesarios para la aprehensión del objeto de
investigación[7].
Un paso imprescindible es la ruptura con el conocimiento cotidiano, puesto que:
“…la reflexión es anterior a la ciencia,
que no hace sino servirse de ella como un método mejor.” (Durkheim, E.
[1997]: pp. 45)
Los sujetos en la vida cotidiana,
necesitan orientarse en ella a través de un conocimiento práctico, que les
permite adaptarse y desarrollarse en la misma. Por este carácter eminentemente
práctico (útil y muchas veces cargado de una ascendencia y autoridad afectiva,
tradicional, ideológica, entre otras), los sujetos generalmente no cuestionan
las reflexiones, ideas, conceptos que tienen construidos desde el ‘sentido
común’. Al ser un conocimiento no cuestionado, puede generarse la ilusión que
las ideas que tienen los sujetos de la
realidad se corresponden con la realidad misma: “estas nociones, conceptos o como se las quiera llamar, no son los
sustitutos legítimos de las cosas” (Durkheim, E. [1997]: pp. 45). Es desde
el reconocimiento de este ‘sentido común’ y estas reflexiones previas a la
ciencia, de sus características, sus funciones
y efectos, que es posible plantearse una forma de conocimiento que
permita abordar el objeto de estudio de forma racional y objetiva.
Para facilitar el análisis, se abordarán
los corolarios a través de la secuencia planteada por el autor:
“«Es
preciso evitar sistemáticamente todas las prenociones»” (Durkheim, E. [1997]:
pp.58)
Este corolario se analizará a partir
de las dos ideas centrales que permiten su interpretación: ‘todas las
prenociones’ y ‘evitar sistemáticamente’.
La búsqueda de evitar ‘todas las prenociones’ cobra, en la
propuesta metodológica durkheimniana, una dimensión radicalizada: “Es preciso, pues, que el sociólogo (…) se
prohíba resueltamente el empleo de todos
aquellos conceptos que se han formado con independencia de la ciencia y
para necesidades que no tienen nada de científicas. Es necesario que se libere de todas aquellas falsas
evidencias que dominan el espíritu vulgar, que sacuda, de una vez para siempre, el yugo de estas categorías empíricas que
un largo empleo acaba por convertir en tiránicas.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 58) Este énfasis
surge de la necesidad de diferenciarse del dominio de abordajes ‘pseudo-sociológicos’
(discutiendo con Spencer, Comte y Tarde), producto de las concepciones
académicas hegemónicas (en el contexto del autor) y que caracterizaron el
surgimiento de la Sociología
como ciencia.
Habiendo explicitado este discurso
radicalizado, es imprescindible tener en cuenta que Durkheim no concibe ninguna
de sus afirmaciones metodológicas con tal contundencia, sino que presenta
relativizaciones; demostrando -como se dijo anteriormente- que no tiene una
postura metodológica absoluta: “…aquellos
conceptos que reconozcan otros orígenes [ideológicos] deben rechazarse, por lo menos provisionalmente.
(…) Y si algunas veces la necesidad
le obliga a recurrir a ellas [prenociones], que se percate, por lo menos, de su escaso valor, a fin de que no
desempeñen en la doctrina un papel que son indignas de representar.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 58). Asimismo, también señala la utilidad de los
conceptos del sentido común para el análisis sociológico: “No significa esto que el concepto vulgar sea inútil para el sabio; tal
concepto sirve de indicador. Mediante él sabemos que existe un conjunto de
fenómenos reunidos bajo un mismo nombre, y que por consiguiente, deben tener,
sin duda, algunos caracteres comunes; además, como habrá tenido cierto contacto
con los fenómenos, nos indica a veces, aunque «groso modo», en qué dirección
deben investigarse.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 62).
La idea de ‘evitar sistemáticamente’ implica poner en cuestión, problematizar,
dudar de las conceptualizaciones que se
tienen sobre el objeto, de forma metódica. Evitar no es sinónimo de prescindir
en forma absoluta de conceptos emanados del sentido común. El propio Durkheim
hace uso de las nociones del sentido común en El Suicidio para elaborar una definición sociológica del mismo
(como se verá en el desarrollo del segundo corolario).
Para Durkheim existe una clara
dificultad en la identificación y control de posibles sesgos asociados a
concepciones y experiencias previas con el objeto de investigación. El fuerte
arraigo afectivo, el apasionamiento por ideas políticas, religiosas, creencias
morales -entre otras- hacen que el sociólogo deba realizar ‘esfuerzos’
conscientes para no dejar permear estos condicionamientos sociales o
subjetivos, en su práctica cognitiva.
Esto se vincula, a su vez, con la idea
que, en el estadio de desarrollo ‘actual’ (la de su tiempo) de la
disciplina no es posible partir desde la
teoría, si no que se la entiende como el resultado de un proceso de estudio
inductivo. Pero entiende, asimismo, que en cuanto esta ciencia logre encontrar
leyes explicativas, entonces, podrían ser factibles procesos deductivos para el
estudio de la realidad social. Mientras tanto, evitar toda ‘idea’ o teoría
previa sobre el mundo social, es un prerrequisito para el desarrollo
disciplinar: “La teoría, por tanto, sólo
podría aparecer cuando la ciencia estuviera bastante adelantada; en lugar de
esto, se la encuentra desde los primeros momentos.” (Durkheim, E. [1997]:
pp. 53).
Por tanto, es preciso poner en
cuestión -como presupuesto científico- toda forma de pensamiento y sentimiento
sobre lo social, que se haya formado sin rigor y no esté sujeto a control
epistemológico: “Los sentimientos que
tienen por objetos las cosas sociales no tienen mayor privilegio sobre los
demás, pues su origen es el mismo. En sí mismos, estos sentimientos se han
formado también históricamente, son un producto de la experiencia confusa e
inorganizada.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 59). Desde el pensamiento
asistemático y pragmático, es posible encontrar evidencias de los sentimientos,
ideas o teorías que los sujetos se hacen de lo social; sin embargo, no por ello
son ‘verdaderas’ en términos científicos. Este problema lo encuentra
precisamente Durkheim en Comte y Spencer, señalando la falta de rigor en el
control de sus propias ideas sobre la sociedad y sustituyéndolas por la
realidad misma. Claro está, esto no implica desvalorizar el abordaje empírico,
sino que éste debe realizarse bajo criterios claros, precisos y metódicos.
Una de las formas de controlar este
sesgo epistemológico es pararse frente a los objetos de investigación,
intentando encontrar vínculos entre variables o fenómenos, no perceptibles de
forma inmediata; o por el contrario, separar lo que ‘aparentemente’ está unido
o relacionado. Es por esto que, en El
Suicidio, Durkheim plantea: “Si nos
dejamos guiar por la acepción común, corremos el riesgo de distinguir lo que
debe ser confundido o de confundir lo que debe distinguirse, de desconocer la
verdadera relación de proximidad de las cosas y de equivocarnos sobre su
naturaleza.” (Durkheim, E. [1928]: El
suicidio. En Ed. Fondo de Cultura Universitaria, Montevideo, Ficha 137, pp.
3)
Para ello, una de las técnicas más
precisas es el uso de la estadística, capaz de relacionar variables no
identificadas a simple vista. En El
Suicidio, precisamente, demuestra la relación entre otros fenómenos
sociales (como crisis económicas, políticas y sociales) con el suicidio, que
‘aparentemente’ obedecía a conductas exclusivamente individuales. La
estadística tiene, por tanto, la capacidad de eliminar las variaciones y
motivaciones individuales de un fenómeno, evidenciando lo que hay de común y/o
realzando aquellas variaciones colectivas frente a causas de origen social.
Ahora bien, la ciencia debe proceder a
la identificación y análisis de los objetos de investigación mediante
conceptos; por tanto, de lo que se trata es de sustituir un uso conceptual
impreciso por otro preciso y capaz de oficiar como una referencia clara para el
sociólogo. A esto hace referencia el segundo corolario.
“«Solo se
ha de tomar, como objeto de investigación, un grupo de fenómenos anteriormente
definidos por ciertos caracteres exteriores que le son comunes y comprender en
la misma investigación a cuantos respondan a esta definición»” (Durkheim, E. [1997]:
pp. 61)
Proceder mediante conceptos y
definiciones científicas implica la delimitación y la identificación del objeto
de estudio. Estos procesos sirven tanto para reconocer al objeto de estudio,
como para diferenciarlo de otros fenómenos o efectos sociales. Por tanto, en la
definición misma deberán aparecer los ‘signos’ o ‘caracteres exteriores’ para
reconocer el objeto de manera clara y precisa, y establecer qué queda dentro o
fuera de la investigación (en las etapas de observación, descripción, comparación, clasificación,
comprobación y explicación).
Como ya se dijo, este proceso de
construcción de la definición, es posible en tanto los hechos sociales tienen
características específicas y reconocibles. Las características de
cristalización, regularidad y fijación de los mismos, permiten al sociólogo
establecer los rasgos más visibles y objetivados de los objetos de
investigación: “…ya que por esta
definición inicial se ha de constituir el objeto mismo de la ciencia, éste será
o no una cosa según la manera de confeccionarla.” (Durkheim, E. [1997]: pp.
60)
El autor incluye las corrientes
sociales como objeto de estudio de la Sociología, aunque estas no parecen cumplir con
los rasgos mencionados anteriormente (regularidad, fijación, cristalización),
porque, como ya se dijo, en el momento de analizar la definición de hecho social,
lo que tienen en común son las características de coercitividad y exterioridad:
“Sin embargo, como los ejemplos que
acabamos de citar (normas jurídicas, morales, dogmas religiosos, sistemas
financieros, etc.), consisten todos en creencias y en prácticas constituidas,
de lo que antecede podría deducirse que el hecho social ha de ir acompañado
forzosamente de una organización definida. Pero existen otros hechos que, sin
presentar estas formas cristalizadas, tienen la misma objetividad y el mismo
ascendiente sobre el individuo. Nos referimos a lo que se ha llamado corrientes
sociales.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 37).
Es por esto, que en la definición de hechos sociales se destaca que los
mismos pueden estar ‘fijados o no’, ‘institucionalizados o no’.
Esto permite a su vez, el control
epistemólógico del investigador, en tanto hace posible descartar e incorporar -en todo el proceso-
todo lo que debería incluirse o no en la investigación de un hecho social
específico. A su vez, permite identificar otros hechos sociales que puedan
tener ciertos rasgos compartidos con el estudiado o puedan estar vinculados al
mismo y que ameriten su análisis, en posteriores investigaciones. Así por
ejemplo en El Suicidio se sostiene que
existen comportamientos sociales con características y efectos semejantes al
suicidio, no estando comprendidos en la definición que el autor construye sobre
el mismo, por no poseer todos los caracteres incluidos en esta: “Matizadla con algunas dudas [a la
definición] y tendréis un hecho nuevo que
ya no es el suicidio, pero que tiene con él relaciones de parentesco, puesto
que solo lo separan de aquel diferencias de grado (…) Constituyen todos estos hechos [por ejemplo: ‘un hombre que
concientemente se expone por otro sin que tenga la certeza de un desenlace
mortal’ o ‘el imprudente que juega con la muerte tratando de evitarla’] especies
embrionarias de suicidio, y aunque no es de buen método confundirlas con el
suicidio llegado a su completo
desarrollo, no se debe perder de vista las relaciones de parentesco que con él
sostiene.” (Durkhiem, E. [1928]: pp. 7)
Asimismo, permite el control
epistemológico de otros investigadores, en tanto el realce de ciertos
caracteres -que ofician como ‘puntos de mira’ compartidos-, habilitan la
identificación de posibles errores en el proceso de relevamiento y comparación
de datos: “El signo que los cataloga en
tal o cual categoría puede señalarse a todo el mundo, ser reconocidos por
todos, las afirmaciones de un observador pueden ser controladas por los demás.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 61).
Establecer la definición de los
fenómenos sociales a los que refiere una
investigación puntual, no supone -para el autor- explicar el objeto de
investigación. Es decir, sin una definición clara no sería posible emprender posteriormente
la búsqueda de explicaciones causales del objeto seleccionado: “Su única función es ponernos en contacto
con las cosas, y como éstas sólo pueden ser alcanzadas por el espíritu
exteriormente, por esto las expresa por lo que muestran en la superficie. La
definición, pues, no las explica: proporciona solamente un punto de apoyo
necesario a nuestras explicaciones.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 66). Por
tanto, esta idea concuerda con la concepción del autor acerca que el
investigador no puede partir de ideas o teorías previas acerca del objeto de
estudio. Como tampoco, en la captación sensible de los rasgos más externos del
objeto, se debe dejar permear ningún tipo de subjetividad. Esto último lleva
directamente al tratamiento del tercer corolario.
“«Cuando el
sociólogo emprenda la tarea de explorar un orden cualquiera de hechos sociales,
debe esforzarse en considerarlos por el lado en que se presentan aislados de
sus manifestaciones individuales»” (Durkheim, E. [1997]: pp. 68)
Se entiende que para el análisis de
este corolario debe ponerse el énfasis en los conceptos de ‘aislados de sus
manifestaciones individuales’ y de ‘esfuerzo’ del investigador, en ese orden.
‘Aislados
de sus manifestaciones individuales’ significa que los hechos sociales
deben ser tratados objetivamente, separándolos de toda forma de subjetividad.
Como se planteó, la captación sensible (captación por medio de los sentidos)
encierra riesgos asociados al ingreso de percepciones individuales y subjetivas
sobre el objeto de investigación. Estos riesgos devienen de las diferentes
experiencias y cargas de significado que posee el investigador en relación al
objeto de estudio y que pueden ser transferidas al mismo, ‘velando’ su
‘naturaleza’.
Ahora bien, la ciencia no puede partir
de otro lugar que no sea la captación sensible o sensación del objeto. Por
tanto, es imprescindible que el investigador deba ‘esforzarse’ en controlar este proceso de manera objetiva y
metódica: “Una sensación es tanto mas
objetiva en cuanto tiene mayor fijeza el objeto al cual hace referencia, pues
la condición de toda objetividad es la existencia de un punto de mira,
constante e idéntico, al cual la representación pueda ser referida y que
permite eliminar cuanto tiene de variable, y, por tanto, de subjetivo.”
(Durkheim, E. [1997]: pp. 67). Esto tiene que ver con el control del
investigador en cuestión y de otros investigadores sobre las sensaciones en
relación al objeto. La objetividad se vincula a los grados de fijeza del objeto
(rasgo característico de las instituciones sociales), es decir, a su carácter
constante y regular. Es así que, los investigadores podrán controlar sus
representaciones del objeto y eliminar la variabilidad que deviene de la
percepción subjetiva.
Asimismo, el control sobre el ingreso de las
subjetividades no involucra solo a la de los investigadores, si no que incluye
la de los sujetos sociales a ser estudiados. Esto se puede visualizar
claramente en las opciones metodológicas expresadas en las propias reglas de la
observación: “Si se trata de distinguir y
clasificar los diferentes tipos familiares según las descripciones literarias
que nos dan los viajeros, y algunas veces los historiadores, nos expondremos a
confundir las especies mas diferentes, a aproximar los tipos mas alejados. Por
el contrario, si se toma como base de esta clasificación la constitución
jurídica de la familia, y mas especialmente, el derecho de sucesión, se tendrá
un criterio objetivo que, sin ser infalible, evitará, sin embargo, muchos
errores.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 68-69) Es decir, que para el estudio de
la familia, partir de las percepciones y sensaciones de los sujetos sociales -y
de producciones pretendidamente científicas-
supone caer en errores metodológicos en la captación sensible del
objeto. Como se puede ver, el Derecho, tiene para Durkheim un grado mayor de
objetividad en tanto en las reglas jurídicas se expresa la ‘fijación’ de las
pautas sociales.
Hasta aquí, puede percibirse
claramente cómo Durkheim está construyendo las bases de la ‘perspectiva
sociológica’, buscando ‘develar lo oculto’, manifestando una relación
específicamente sociológica entre el sujeto y el objeto de conocimiento.
Señalando los obstáculos epistemológicos, que hoy en día siguen siendo discutidos
por distintas corrientes sociológicas.
El
alcance o importancia de la
Sociología como ciencia
Para Durkheim, la Sociología -como se ha
visto- además de buscar conocer los condicionamientos sociales de los
comportamientos, tiene por misión aportar en la resolución de aquellos
problemas prácticos, detectados en el proceso de investigación: “No significa esto que haya que detenerse en
las cuestiones prácticas, sino que, por el contrario, como ya se ha podido ver,
nuestra preocupación constante ha sido el orientarla, de manera que pueda
llegar hasta la práctica. La sociología encuentra necesariamente estos
problemas al final de la investigación.” (Durkheim, E. [1997]: pp. 146)
Orientar la práctica supone brindar elementos para ‘mejorarla’, fundamentalmente
allí donde se presentan disfuncionalidades y desintegración social.
Este planteo aparece en el Prefacio de
la Primera Edición
de La división social del trabajo,
donde el autor sostiene que es
necesario construir la ‘Ciencia de la Moral’[8].
Esta ciencia no es más que la
Sociología estudiando los hechos morales, en tanto estos son
hechos sociales como cualquier otro: “Los
hechos morales constituyen fenómenos como los otros; consisten en reglas de
acción que se reconocen en ciertos caracteres distintivos; debe, pues, ser
posible observarlos, describirlos, clasificarlos y buscar las leyes que los
explican.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 39)
Durkheim sostiene que es posible
superar la antítesis entre ciencia y moral, desde que se reconoce la
posibilidad de intervenir en la realidad social, en la medida que esta ‘no es
todo lo que debe ser’. El objetivo de esta intervención de la Ciencia no será crear una
moral alternativa -pues no es su tarea-, si no de lo que se trata es de
‘corregir’ o ‘mejorar parcialmente’ la moral: “Lo que reconcilia a la ciencia y a la moral es la ciencia de la moral,
pues, al mismo tiempo que nos enseña a respetar la realidad moral, nos
proporciona los medios de mejorarla.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 43)
En este marco, es que se establece la
posibilidad de anticipar y prever las transformaciones sociales, basándose en
el análisis de los cambios pasados: “…la
ciencia, proporcionándonos la ley de las variaciones por las cuales ha pasado
ya, nos permite anticipar las que están en vías de producirse y que el nuevo
orden de cosas reclama.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 41) Sin embargo, prever
y orientar no significa que la ciencia establezca necesariamente un ‘deber
ser’. Por tanto, en su pretendida búsqueda de objetividad y neutralidad, Durkheim
considera que la ciencia no debe ‘juzgar’ a la moral: “Es preciso librarse de esas maneras de ver y juzgar, que un uso
prolongado ha fijado en nosotros; es preciso someterse rigurosamente a la
disciplina de la duda metódica. Esta duda no ofrece, por lo demás, peligro,
pues recae, no sobre la realidad moral, que no se discute, sino sobre la
explicación que proporciona una reflexión incompetente o mal informada.” (Durkheim,
E. [2004]: pp. 43) Una de las formas de plasmar este principio de duda metódica
es controlando los procesos de análisis, a través de comparaciones metódicas,
tanto de aquellos datos coincidentes con el hecho estudiado, como los que
contradicen al mismo. Asimismo, el control supone librarse de los juicios
apriorísticos, subjetivos y a-metódicos: “…la
ciencia, aquí como en todas partes, supone una entera libertad de espíritu.” (Durkheim,
E. [2004]: pp. 43)
[2] Como ya se vio, respecto a las Ciencias Naturales.
[3] En el sentido de Giddens (Giddens, A.
[2006]: Capitalismo y la moderna teoría
social. Ed. Idea-Books, Barcelona)
[4] Los ‘signos exteriores’ no deben
confundirse con el carácter de exterioridad, aunque están asociados. Estos son
aquellos datos susceptibles de ser observados.
[5] Expresión utilizada por P. Bourdieu,
a partir de las críticas de Durkheim a las producciones sociológicas
existentes.
[6] El proceso metodológico incluye otras
reglas (para la distinción de lo normal y lo patológico, la construcción de
tipos sociales y la explicación).
[7] Esta idea se vinculará más adelante
con el proceso denominado ‘conquista’ del objeto en P. Bourdieu.
[8] El
autor destaca esta idea de Ciencia de la Moral con el objetivo de dejar en claro, no solo que el investigador no debe
dejarse influenciar por la moral de su tiempo, si no que la misma pasa a ser un objeto de estudio
específico de una ciencia.
SU BIOGRAFÌA EN DIPITY
Florencia D. on Dipity.
-CONTEXTO Y ANÀLISIS DE LOS CLÀSICOS-
Contexto y análisis de los clásicos
Contexto
histórico de surgimiento de la
Sociología y de la producción de los clásicos
El hombre, a lo largo de su historia, ha reflexionado sobre
su sociedad; sin embargo, el nombre de Sociología, junto con la mayoría de las
disciplinas de carácter científico (de acuerdo a la conceptualización de
ciencia moderna), surge a fines del siglo XIX y comienzos del XX.
El surgimiento de esta nueva disciplina, en parte, fue una
respuesta a los desafíos y problemas que presentó el proceso de transformación
de la sociedad feudal, en tránsito hacia la sociedad moderna.
La revolución industrial y la
revolución francesa -que habilita el ascenso de la burguesía al poder político-
son dos grandes hitos del siglo XVIII que hicieron posible que el siglo XIX se
inicie como la era de la razón, de los derechos humanos y del pensamiento
científico y secular. Estos procesos actúan tanto como causa y efecto de
transformaciones a nivel demográfico (fundamentalmente el éxodo del medio
rural, aumento poblacional), urbanístico, en la producción, en el desarrollo
tecnológico, en la organización y división del trabajo, en la estratificación
social (surgimiento de nuevas clases), en los estilos de vida, las costumbres y
las ideas, en el marco de un proceso de aceleración del cambio social. Todo
esto genera una ampliación del ámbito de lo público, una proxemia que
intensifica y complejiza los vínculos humanos, de tal forma que lo social se
constituye en un objeto de reflexión susceptible de ser abordado desde una
disciplina científica.
Es mucho lo que puede analizarse sobre
este momento de profundas
transformaciones y su impacto, en el surgimiento de la Sociología y en los
autores que denominamos clásicos. Impactos que, aún hoy, siguen estando en debate
a través de las ideas de postmodernidad, modernidad inacabada, o
intensificación de lo moderno, entre otras.
Por este motivo y porque muchos científicos
sociales, a través de una narrativa seductora e intensa, han escrito sobre ese
mundo en transformación, es que se recurrirá a ellos con el objetivo de exponer,
en toda su dimensión, los cambios en las emociones, las percepciones,
contradicciones, paradojas, que vivieron y ‘sufrieron’ los hombres del siglo
XIX y principios del siglo XX. El propósito de esta elección es lograr
‘revivir’, hasta donde la sensibilidad de cada uno lo permita, las emociones,
desencantos, frenesí, apasionamiento que experimentaron los primeros modernos.
Dos, son las obras seleccionadas para
tales fines: Itinerarios de la Modernidad[1]y
Todo lo sólido se desvanece en el aire[2].
Las
sociedades tradicionales
El mundo
tradicional-feudal: “Es el mundo de Dios.
El mundo según el plan de Dios. Es el mundo que nos explica el comienzo, lo
adánico, el pecado, la caída (…) es
la palabra de Dios la que explica lo que es el mundo, lo que es el acontecer,
lo que es el hombre, lo que es la naturaleza, lo que son las cosas, sobre todo,
lo que es el principio, el transcurso y el final de la vida. (…) pero por otro lado, era un mundo absolutamente
serenado en el alma del hombre. Se sabían las causas, se sabía la culpa, se
sabía que el mundo era apenas una circunstancia, un valle de lágrimas, pero
sobre todo se sabía el final: la vida eterna.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]:
pp. 12 y 13)
Además, los viejos sistemas sociales
de relación directa (la familia, el gremio, la religión, la aldea) perdieron su
fuerza integradora. Esta disolución de las formas tradicionales de relación,
junto con el nuevo orden económico, situaron a los hombres en una especie de ‘vacío’
social, perdiendo la seguridad que brindaba el orden estamental.
Este es el mundo que se resquebraja
con la modernidad. No es un proceso simple, sino largo y con fracturas
diversas, por lo que se verán las complejidades que encierra su comprensión.
La
modernidad: tiempos de metamorfosis
Esta es una época de profundas
transformaciones de las dimensiones temporal, espacial, de la relaciones de los
hombres entre sí y con su entorno:
“Ser
modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones. Es estar dominado
por las inmensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar
y, a menudo, de destruir las comunidades, los valores, las vidas, y sin
embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos
a tales fuerzas, de luchar para cambiar su mundo y hacerlo nuestro. Es ser, a
la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las nuevas posibilidades de
experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas a que
conducen tantas aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real
aun cuando todo se desvanezca. Podríamos incluso decir que ser totalmente
modernos es ser antimodernos: desde tiempos de Marx y Dostoieviski, hasta los
nuestros ha sido imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo
moderno sin aborrecer y luchar contra alguna de sus realidades mas palpables.” (Berman,
M. [1988]: Prefacio)
“Ser
modernos es encontrarnos en un entorno que promete aventuras, poder, alegría,
crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo,
amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que
somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras
de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la
ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la
humanidad. Pero es una unidad paradójica, la unidad de la desunión: nos arroja
a todos en una vorágine de perpetua desintegración y renovación, de lucha y
contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es formar parte de un
universo en el que, como dijo Marx, «todo lo sólido se desvanece en el aire»”. (Berman, M. [1988]: pp.
1)
“La
vorágine de la vida moderna ha sido alimentada por muchas fuentes: los grandes
descubrimientos en las ciencias físicas, que han cambiado nuestras imágenes del
universo y nuestro lugar en él; la industrialización de la producción, que
transforma el conocimiento científico en tecnología, crea nuevos entornos
humanos y destruye los antiguos, acelera el ritmo general de la vida, genera
nuevas formas de poder colectivo y de lucha de clases; las inmensas
alteraciones demográficas, que han separado a millones de personas de su
hábitat ancestral, lanzándolas a nuevas vidas a través de medio mundo; el crecimiento
urbano, rápido y a menudo caótico; los sistemas de comunicación de masas, de
desarrollo dinámico, que envuelven y unen a las sociedades y pueblos mas
diversos; los Estados cada vez mas poderosos, estructurados y dirigidos
burocráticamente, que se esfuerzan constantemente por ampliar sus poderes; los
movimientos sociales masivos de personas y pueblos, que desafían a sus
dirigentes políticos y económicos y se esfuerzan por conseguir cierto control
sobre sus vidas; y finalmente, conduciendo y manteniendo a todas estas personas
e instituciones un mercado capitalista mundial siempre en expansión y
drásticamente fluctuante. En el siglo XX los procesos sociales que dan origen a
esta vorágine, manteniéndola en un estado de perpetuo devenir, han recibido el nombre de modernización.” (Berman, M. [1988]: pp.
1 y 2)
“Si
avanzamos unos cien años y tratamos de identificar los ritmos y tonos
distintivos de la modernidad del siglo XIX, lo primero que advertimos es el
nuevo paisaje sumamente desarrollado, diferenciado y dinámico en el que tiene
lugar la experiencia moderna. Es un paisaje de máquinas de vapor, fábricas
automáticas, vías férreas, nuevas y vastas zonas industriales, de ciudades
rebosantes que han crecido de la noche a la mañana, frecuentemente con consecuencias
humanas pavorosas; de diarios, telegramas, telégrafos, teléfonos y otros medios
de comunicación de masas que informan a una escala cada vez mas amplia; de
Estados nacionales y acumulaciones multinacionales de capital cada vez mas
fuertes: de movimientos de masas que luchan contra esta modernización desde
arriba con sus propias formas de modernización desde abajo; de un mercado
mundial siempre en expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento mas
espectacular, capaz de un despilfarro y devastación espantosos, capaz de todo
salvo de ofrecer solidez y estabilidad. Todos los grandes modernistas del siglo
XIX atacan apasionadamente este entorno, tratando de destrozarlo o hacerlo
añicos desde dentro, sin embargo, todos se encuentran muy cómodos en él,
sensibles a sus posibilidades, afirmativos incluso en sus negaciones radicales,
juguetones e irónicos incluso en sus momentos de mayor seriedad y profundidad.” (Berman, M. [1988]: pp. 4 y 5)
Estos son tiempos donde la ciencia[3]
reemplaza a dios. El conocimiento ya no tiene una dimensión trascendente, sino
que es concebido como un producto humano.
“El
positivismo va configurando qué es lo que se piensa acerca de la realidad. La
realidad es aquello que está al alcance de los sentidos. Lo que no está al alcance
de los sentidos no es objeto de ninguna consideración científica. El
conocimiento simplemente describe la realidad en tanto conjunto de enunciados
que se corresponden en forma unívoca con estados de cosas.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 328)
“En
lo que consiste realmente la ciencia es en las leyes por las que se rigen los
fenómenos, es decir, los hechos, si bien son relativos, se rigen por leyes, y
el científico tiene que decidir cuáles son esas leyes. Como esas leyes son
constantes, dice Comte, se puede decir que la verdadera ciencia, lejos de estar
formada por simples observaciones, tiende siempre a permitirnos una previsión
racional, que es el carácter principal del espíritu positivo. La previsión.” (Casullo, N. y Forster,
R. [1999]: pp. 334)
“El
positivismo postuló un solo método. Desde el punto de vista metodológico es
monista. Asume que hay una sola manera de proceder con respecto a los hechos.
Hay un ideal metodológico que es la física-matemática y hay un modo de
describir los acontecimientos, que es la explicación causal. Hay que lograr que
los casos individuales o singulares que refieren a los hechos se subsuman bajo
las leyes generales hipotéticas de la naturaleza. No hay explicaciones
finalistas. No valen las intenciones, ni los fines, ni los propósitos.” (Casullo, N. y Forster,
R. [1999]: pp. 335)
Desde el propio
pensamiento social, fundamentalmente del contexto de producción alemán, surgen
las primeras críticas al positivismo, que se desarrollan como alternativas para
conocer la realidad social.
“Se
planteó una dualidad entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu.
En cierto modo se le dijo al espíritu positivo: ustedes ocúpense de las
ciencias naturales, de la biología, de la física, de la química. Pero de los
acontecimientos humanos, lo que refiere al espíritu humano, lo social, no puede
entenderse en términos de explicaciones causales, sino que requiere otra
actitud mental, que es la de la comprensión y ese fue el término empleado para
ocuparse de los fines, las intenciones, los propósitos del sujeto, ya sea
individual o colectivo. Ahí se produjo una dualidad, en discusión crítica con
el positivismo, en el siglo XIX que sigue teniendo cierta vigencia. La distinción
entre explicar y comprender.” (Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 335)
Cuando se hace mención a la dualidad
explicación-comprensión se está haciendo referencia a la explicación
positivista, susceptible de ser matematizada. Esto no implica que desde las
corrientes comprensivistas se niegue el valor de la explicación, si no que:
“El
conocimiento de lo humano, tanto social como individual se asemeja al de una
persona, por lo cual no hay un punto de partida en términos de observables que permitan generalizar leyes, sino que mas
bien hay una relación circular entre lo que yo observo de él y la trama global
que voy configurando, y que me permite describir a esa persona. No puedo
entender un acto particular si no conozco la trama general que da cuenta de la
historia de esa persona, puedo entender mejor cada hecho singular, y así se
establece una relación circular absolutamente incompatible y divergente del
espíritu positivo.” (Casullo,
N. y Forster, R. [1999]: pp. 335-336)
Esta fue la reacción alemana, en el
campo del pensamiento, al positivismo anglo-francés. Puede verse cómo, desde
los inicios mismos de la construcción disciplinar, coexisten distintos marcos
teóricos que fragmentan y dispersan la producción de la misma, este es un rasgo
que caracteriza a la
Sociología hasta la actualidad y, tal vez, pueda ser
considerado un legado que ha impregnado a otras ciencias, incluidas las no
sociales.
Los
clásicos describen sus contextos históricos
La modernidad, en un movimiento
incesante, ha removido todas las estructuras de las sociedades tradicionales e
incluso las que ella misma ha creado. Este proceso también transforma las vidas
interiores de los hombres que han vivido en ella, los atormenta y, al mismo
tiempo, los insufla: de energía para la lucha, de imaginación creativa, de
capacidad para la autorreflexión.
Es en este marco que los autores
clásicos de la Sociología
desarrollaron su obra, impregnados de este espíritu, contextos, emociones y
pensamientos modernos[4].
Es así que Marx[5],
logra hacer sentir esta convulsión social de la siguiente manera: “La burguesía no puede existir sino a
condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por
consiguiente, las relaciones de producción y con ello todas las relaciones
sociales. (…) Una revolución continua
en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales,
una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas
las anteriores.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto
Comunista. En Obras Escogidas. Ed. Progreso, Moscú, pp. 114)
Esta visión del entorno moderno
termina de completarse con, la que tal vez sea, la descripción mas
paradigmática del mismo: “Todas las
relaciones estancadas o enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas
veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas antes de
llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado
es profanado, y los hombres, al fin, se ven obligados a considerar serenamente
sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.” (Marx, K.
[1983]: Manifiesto Comunista, pp.
114).
El final de este párrafo resulta muy
significativo porque relaciona las transformaciones de la modernidad con la
necesidad que los hombres reflexionen sobre éstas, el nuevo lugar que ocuparán
y las relaciones que los vincularán, anunciando, así, el inicio de las ciencias
sociales modernas.
También Durkheim[6]
se ve fuertemente impactado por este nuevo contexto, cargado de
contradicciones, vacíos y fluctuaciones. Es por esto que sostiene: “El trabajo de máquina reemplaza al del
hombre; el trabajo de manufactura, al pequeño taller. El obrero se halla
regimentado, separado todo el día de su familia; vive siempre mas apartado de
ésta que el empleado, etc. Esas nuevas condiciones de la vida industrial
reclaman, naturalmente, una nueva organización; pero, como esas
transformaciones se han llevado a efecto con una extrema rapidez, los intereses
en conflicto no han tenido todavía el tiempo de equilibrarse.” (Durkheim,
E. [2004]: La División del trabajo social. Ed. Libertador, Bs
As, pp. 369 y 370)
El autor busca explicar las
contradicciones de clase que pueden visualizarse en el nuevo ‘orden’ social y
en el desarrollo de esta explicación no puede mas que reconocer la complejidad
de las transformaciones que se están viviendo en las sociedades modernas: “Las relaciones del capital y el trabajo,
hasta ahora han permanecido en el mismo estado de indeterminación jurídica. El
contrato de arrendamiento de servicios ocupa en nuestros códigos un espacio
bien pequeño, sobre todo cuando se piensa en la diversidad y en la complejidad
de las relaciones que está llamado a regular. Por lo demás, no es necesario
insistir en una laguna que todos los pueblos actualmente reconocen y se
esfuerzan en rellenar.” (Durkheim, E. [2004]: pp. 367). Durkheim percibe
las convulsiones en que se encuentra su sociedad, percibe, asimismo, que las
transformaciones son complejas y se han
producido con pasmosa rapidez, esto muestra, ni mas ni menos, a un hombre en medio del derrumbe de las viejas
tradiciones y la asunción de un nuevo ‘orden’ inacabado y las incertidumbres
que lo acompañan.
Asimismo, Weber[7],
también, es testigo de estos profundos cambios epocales: “…desde que el ascetismo abandonó las celdas monásticas para instalarse
en la vida profesional y dominar la moralidad mundana, contribuyó en lo que
pudo a construir el grandioso cosmos de orden económico moderno que, vinculado
a las condiciones técnicas y económicas de la producción mecánico-maquinista,
determina hoy con fuerza irresistible el estilo vital de cuantos individuos
nacen en él (no sólo de los que en él participan activamente), y de seguro lo
seguirá determinando durante muchísimo tiempo más.” (Weber. M. [1985]: La Ética Protestante y el espíritu del
capitalismo. Ed. Península, Barcelona, pp. 258). Se habla del ‘grandioso
orden económico’ que se basa en una lógica mecánica y que determina de forma
‘irresistible’[8] el modo de vida, no solo de los que se
enriquecen con él, sino de los que no son beneficiarios del mismo, quiere decir
que el proceso modernizador abarca a todos, esto no implica que beneficie a
todos.
Los tres autores, como se verá mas
adelante, son altamente críticos de la modernidad de su tiempo y, sin embargo,
serán adoradores de ella. Aún Weber, quien, sin dudas, nunca generó una mirada
‘pastoral’ sobre la modernidad, a la que caracterizó como ‘estuche vacío’, no
cierra, totalmente, su mirada a la superación de esta etapa convulsionada. En
sus diferentes abordajes conceptuales de la racionalidad, se puede ver cómo
considera, a la racionalidad instrumental del capitalismo, la mas ‘grandiosa’ y
la que constituye la forma mas ‘eficiente’ de organizarse la sociedad moderna.
Pero los juegos inciertos,
contradictorios, lábiles que se pueden encontrar en los tres autores, tienen
que ver con este ‘ser modernos’.
Durkheim constata la falta de
regulación y los problemas que estos cambios provocan, pero sostiene que la
división social del trabajo, cuando alcance un marco regulativo, llevará a las
sociedades a formas de integración nunca antes conocidas.
Ya se vio cómo Marx ensalza esta
época, cómo se fascina ante ese poderío inacabable de cambio revolucionario que
viene de la mano de la burguesía, y al mismo tiempo, planteará el agotamiento
de su dominio de clase y la necesidad de su hundimiento: “Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en
el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una
clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos,
arrastrar su existencia de esclavitud. (…) El obrero moderno por el contrario, lejos de elevarse con el progreso
de la industria, desciende mas y mas por debajo de las condiciones de vida de
su propia clase.” (Marx, K. [1983]: Manifiesto
Comunista, pp. 121). El encantamiento con la sociedad burguesa desaparece, pasando a ser presentada
como la clase mas depredadora que ha existido, desde el momento que no puede
garantizar la subsistencia de sus dominados.
Propio de la modernidad es dejar preguntas, espacios
vacíos, sin respuesta, porque el cambio es intenso, rápido y las incertidumbres
no dejan de aparecer. En los clásicos, esto se ve con gran claridad, hay
‘agujeros negros’, vacíos conceptuales que serán materia de interpretación de
las escuelas posteriores.
“Las
representaciones de lo real se resquebrajan, perdían centros sustentadores para
la mirada y la interpretación. Se pasaba de las claridades a las penumbras. Del
tiempo de Las Luces al tiempo de Las Sombras. De lo catalogado a lo
indiscernible. De lo definido en proyecto, a lo indefinido en lo real. Las
ciencias, los sistemas, las explicaciones objetivas abundaban. Pero lo moderno,
la sociedad, los conjuntos sociales, desdibujaban sus perfiles en relación a
las hipótesis de armonía de la razón ilustrada. Contornos indecisos,
experiencias irracionales, violencias inhumanas, resultaba el nuevo rostro
todavía sin descripción. Mitos, atavismos, y creencias de vieja data
difuminados entre el arrasador curso de la razón capitalista
industrializadota.”
(Casullo, N. y Forster, R. [1999]: pp. 303)
A nada de esto estuvieron ajenos los
autores tratados, por el contrario fueron protagonistas que vivieron las
contradicciones, la incertidumbre, las ansias de transformación y la búsqueda
de la integración de estas sociedades fragmentadas.
“El
siglo XIX es “El tiempo del progreso y la utopía evolucionista. Piensen ustedes
en Darwin, en el darwinismo social: el hombre avanza, se selecciona, mejora,
algunos merecen ser los dominadores, son los dueños del futuro. Es también el
tiempo de la expansión planetaria del capitalismo, de las naves de la Inglaterra victoriana
surcando los mares con sus nuevas cuencas de vidrio. La época de la mercancía
convirtiéndose en cultura; es decir, en exportadora de un modo de vida, de una
trama política, de una concepción de la sociedad. Europa se expande, se
universaliza, se hace planetaria en un sentido todavía mas intenso y profundo
que la expansión del siglo XVI, es brutalmente homogeneizadora. El Estado
capitalista entra en todos los intersticios del mundo, se convierte en la
palabra orden, en el fundamento civilizatorio.[9] (Casullo, N. y Forster,
R. [1999]: pp. 347)
“Es
también, como les decía, una época del miedo frente al cambio, frente a la
revolución, frente a esas masas que amenazan cortar con lo tradicional. Miedo que
lleva, por ejemplo, al nacimiento de las “ciencias del hombre”, preocupadas por
disciplinar las conductas, por normativizar lo anómico (en esta época de crisis
y transformación, de ruptura de los lazos tradicionales, surgen la psiquiatría,
la sociología, la economía política, la criminología, etc.). Los hombres
pensantes de la época, frente al cambio, frente a las conmociones geológicas de
la cultura, tiempo donde todo se resquebraja, tratan de pensar un orden
posible, de poner barreras, de organizar y controlar.” (Casullo, N. y Forster,
R. [1999]: pp. 347)
Es así que, la ‘cuestión social’ se
convierte en foco de atención prioritario de todo el pensamiento social. El
contexto social e ideológico en que surgió la Sociología fue propicio
para el desarrollo de un saber aplicado. Esta sensibilización por el cambio
social dio lugar a que la reflexión sociológica apareciera muy influida por una
clara preocupación por los temas de la desintegración y reconstrucción del
orden social.
Después de escuchar las ‘voces’ de los
propios clásicos describiendo los contextos histórico-culturales donde
produjeron y, de complementar esta descripción, significándola desde el
presente, a través de la sensible narrativa de Berman, Casullo y Forster, se
está en condiciones de iniciar el abordaje del análisis de sus planteos
teórico-metodológicos y sus concepciones epistemológicas. Pudiendo buscar las
correlaciones, parentescos, distancias, inconsistencias que presentan los
mismos, con el contexto antes desarrollado y, a su vez, con los contextos
académicos de cada autor en particular.
[1] Casullo, N. y Forster, R. (1999): Itinerarios de la Modernidad. Ed. Eudeba, Argentina.
[2] Berman, M. (1988): Todo lo sólido se desvanece en el aire.
Ed. Siglo XXI, Madrid.
[3] La concepción de ciencia positivista
es la dominante en estos tiempos (sin olvidar que co-existen otras posturas) y
aún pervive en las prácticas científicas y en la enseñanza de la ciencia. Por
lo que es necesario relativizar esta idea, con las nuevas variables que definen
al conocimiento científico actualmente. Algo de esto se verá en el planteo de la Sociología como una
ciencia dispersa.
[4] Es por esto que es imprescindible,
para el desarrollo de su enseñabilidad, lograr transmitir al alumno, de la
forma más vivencial y empática posible, el contexto de producción que incide en
los aportes teórico-metodológicos de los mismos.
[5] Karl Marx nació en Tréveris (Alemania), en 1818 y murió
en 1883.
[7] Max Weber nació en 1864 en Alemania y
murió en 1920
[8] El afán de riqueza que,
originariamente, si era producto del trabajo, indicaba un acercamiento a Dios,
ahora ha perdido su sentido y los hombres sienten el deseo de poseerla de forma
irresistible y mecánica.
[9] Resulta
interesante plantearse la tarea de indagar, junto con los estudiantes y los
docentes de Historia, sobre el siglo XIX en América Latina y, específicamente
en Uruguay, para realizar un estudio comparado que permita ver el avance de esa
cultura homogeneizadora, y a su vez, qué formas de resistencia locales se le
enfrentaron si es que las hubo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)